Con el fallecimiento del papa Francisco, el mundo ha perdido a un líder extraordinario. Pero su legado perdurará, no solo en los corazones de aquellos a quienes inspiró, sino en los esfuerzos concretos que puso en marcha para construir una economía mundial más justa, humana y sostenible.
Nacido Jorge Bergoglio en Argentina, el papa Francisco conoció de primera mano la crueldad de la injusticia económica. Alcanzó la mayoría de edad en una de las economías más inestables del mundo, un país donde las repetidas crisis económicas y de deuda externa arrojaron largas sombras sobre generaciones de niños y familias. Fue testigo de lo que ocurre cuando los sistemas económicos están al servicio de intereses creados y no de la gente: grandes desigualdades, comunidades desestructuradas y males sociales generalizados como la delincuencia, la adicción y la inseguridad.
Como pontífice, Francisco llevó estas ideas a la escena mundial. Su voz se convirtió en una de las fuerzas morales más poderosas del mundo, no solo recordándonos nuestra humanidad compartida, sino también desafiando las estructuras institucionales que niegan la dignidad a miles de millones de personas. Como miembros de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, tuvimos el privilegio y el placer de mantener un diálogo frecuente con él.
Su preocupación era urgente y se basaba en la realidad vivida. «Transformar la realidad exige actuar sobre el terreno, no solo trabajar en el laboratorio», solía decir en privado.
Francisco vio un sistema económico que con demasiada frecuencia daba prioridad al beneficio por encima de las personas, y al egoísmo por encima de la cooperación. Sabía que, aunque los mercados pueden ser una herramienta poderosa, si no se rigen por normas y reglamentos adecuados, producirán injusticias a escala planetaria, incluida la más grave de todas: la destrucción de nuestro medio ambiente, que él llamó «nuestra casa común» en su encíclica Laudato si. Sin una brújula moral y un sentido de la solidaridad, los mercados, en vez de ser una fuente de creación de riqueza, podrían ser una poderosa fuerza de extracción de riqueza, lo que llevaría a una concentración cada vez mayor de la renta y la riqueza.

Francisco no dudó en hablar claro. Criticó las normas mundiales que privilegian los monopolios, especialmente en el ámbito de la propiedad intelectual, donde las protecciones diseñadas para recompensar la invención a menudo obstruyen el acceso a tecnologías que salvan vidas. Durante la pandemia de covid-19, instó personalmente al entonces presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a que apoyara una exención de los derechos de propiedad intelectual en el marco del acuerdo ADPIC, de la Organización Mundial del Comercio, para que la gente de todo el mundo pudiera acceder a las vacunas. Su mensaje fue claro: las vidas humanas deben primar sobre los beneficios empresariales.
Asimismo, Francisco estaba profundamente preocupado por el hecho de que muchos países en desarrollo estuvieran atrapados en un ciclo de deuda soberana que limitaba su capacidad para invertir en sanidad, educación e infraestructura.
Vio, correctamente, que no se trataba solo de una crisis de deuda, sino también de una crisis de desarrollo y, más profundamente, de un síntoma de un sistema económico que había perdido su orientación moral. Y comprendió que todas las partes del sistema eran responsables: los gobiernos de los países deudores y acreedores, los prestamistas privados y la arquitectura financiera internacional que permitía, e incluso incentivaba, a gobiernos y acreedores a retrasar las reestructuraciones necesarias.
Comisión del Jubileo
Por eso, Francisco nos pidió el año pasado que creáramos una Comisión del Jubileo que reuniera a pensadores de primera fila para que propusieran cómo podría el mundo abordar la crisis cada vez más profunda de la deuda y el desarrollo. Comprendió que el Jubileo del año 2000, por muy importante que fuera para quienes viven en países endeudados, solo había logrado avances limitados en la creación de más espacio fiscal para quienes luchan contra los retos del desarrollo.
Veinticinco años después, con un número aún mayor de países endeudados, Francisco quería hacer algo por ellos de inmediato. Pero su ambición era mayor. Preguntó cómo podríamos evitar que se repitiera el fracaso del pasado. Su llamamiento se hacía eco de la antigua tradición bíblica del Jubileo: un tiempo para perdonar las deudas y restablecer el equilibrio, no como caridad, sino como justicia.
Hasta sus últimos días, Francisco siguió de cerca el trabajo de la Comisión del Jubileo.
Le preocupaba especialmente que las instituciones multilaterales –diseñadas para salvaguardar la estabilidad mundial y promover el desarrollo compartido– estuvieran actuando como agentes de inercia, sin la solidaridad necesaria para mantener la paz, la prosperidad y la justicia.
La Comisión del Jubileo presentará su informe en el Vaticano este verano. Sus recomendaciones reflejarán la urgente necesidad de reformar los incentivos que han sumido a tantos países en la crisis.
Los gobiernos deudores deben actuar rápidamente, sin demora, con visión y responsabilidad hacia sus ciudadanos. Los países acreedores también deben actuar con rapidez, de nuevo con visión de futuro y sentido de la responsabilidad moral y la solidaridad. Las instituciones multilaterales deben dejar de utilizar los recursos públicos para proteger las malas decisiones de préstamo y la deuda insostenible. Y los acreedores deben aceptar su parte de responsabilidad. Los altos tipos de interés que cobran conllevan riesgos, y cuando esos riesgos se materializan, no deben descargarse sobre los contribuyentes del mundo.
Con claridad moral y valentía, Francisco nos desafió a imaginar nuevas reglas financieras que ya no sirvan a unos pocos, sino que eleven a la mayoría. Nos recordó que la economía tiene que ver con las personas, con la dignidad y con nuestro futuro colectivo.
Esperamos que el trabajo de la Comisión honre el legado de Francisco y contribuya a la creación de sociedades más justas. No puede haber mejor homenaje a su legado que establecer un marco para las finanzas internacionales con ese objetivo en mente.
Joseph E. Stiglitz: execonomista jefe del Banco Mundial y expresidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente de Estados Unidos, es catedrático de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor, más recientemente, de The Road to Freedom: Economics and the Good Society.
Martín Guzmán: exministro de Economía de Argentina, es profesor de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia.
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