La mala reputación del PUSC y el PLN en materia ética no surgió a raíz de las denuncias del PAC, tal como lo afirman algunos de sus líderes. Cierto, atacamos la politización de nombramientos en el magisterio y la policía, el clientelismo con partidas específicas, bonos de vivienda y ayudas sociales, el abuso con asesores, gastos de alimentación y viajes innecesarios y muchos otros desmanes que se habían normalizado en el PLN y el PUSC y que no estorbaban ni aun a los intelectuales de esos partidos.
Pero sin la labor periodística, sobre todo de La Nación y algunos otros medios, investigando, descubriendo casos y denunciando, no se nos hubiese puesto atención. Específicamente, La Nación, antepuso rigurosos valores éticos y la lucha contra la corrupción a sus orientaciones ideológicas y sus concepciones sobre el modelo económico. A pesar de su apoyo al Consenso de Washington, no hizo concesiones cuando investigó y divulgó información sobre casos que involucraban a expresidentes de los dos partidos que promovían con entusiasmo ese modelo.
Años antes, La Nación había sido protagónica en la denuncia, cuando, para las elecciones del 2002, esos partidos recibieron aportes multimillonarios de “contribuyentes fantasmas” y de Waked International S. A., Pacific Co. Ltd. y Sunshine Ltd. ($555.000), o de empresas como Bayamo S. A., Gramínea Plateada S. A. y otras que, en conjunto con otros aportes, alcanzan ¢2.444 millones o $6,9 millones de aquella época (casos que, con la legislación actual, hubiesen terminado en serias condenas penales y civiles).
Con el PAC, La Nación también fue implacable y, en este caso, también por razones ideológicas. Nos atacó por nuestra posición ante el Tratado de Libre Comercio (TLC), disimuló la negativa de Óscar Arias a debatir para la campaña del 2006 y en ocasión del referéndum sobre el TLC. En casos relacionados con corrupción, fue agresiva y feroz. Un buen ejemplo fue su actitud contra el gobierno de Luis Guillermo Solís cuando decidió investigar y reportar sobre el llamado caso del cementazo.
En lo personal, muchas veces sentí sesgos de La Nación en mi contra. Pero nunca me victimicé y menos la ataqué, pues comprendí que tenía derecho a tener su ideología y sus preferencias electorales. Lo que hice fue escribir en sus páginas de Opinión, aclarando y explicando mis posiciones. Siempre me dio ese espacio. Reiteradamente, afirmé que prefería una prensa equivocada que una prensa censurada, entendiendo que la censura más efectiva es la indirecta, la que debilita las finanzas de un medio.
Hago este breve recordatorio para afirmar que la actitud independiente de La Nación en relación con el gobierno del presidente Rodrigo Chaves no tiene nada de novedoso y menos de excesivo o canalla. A todos los partidos les ha tocado “sufrir” su periodismo investigativo y sus denuncias, y corroborar su desinterés en las preferencias ideológicas y/o políticas de sus anunciantes, empezando por las de los gobiernos de turno, a la hora de acometer esa tarea.
Ese tipo de periodismo es fundamental para el funcionamiento de la democracia porque garantiza un votante mejor informado. Lo ideal es que existan medios escritos, televisivos y radiofónicos con opiniones diferentes sobre los asuntos sustantivos (modelo de desarrollo, ética, ambiente, derechos humanos, política exterior, entre otros), para que el ciudadano pueda conocer diversos puntos de vista y tome mejores decisiones.
Pero si ese no es el caso y existe un medio dominante, la culpa no es de ese medio. Quizá algunos comunicadores han colocado su ideología, el partido de su preferencia o la venta de espacios publicitarios por encima de todo y han terminado siendo sesgados y selectivos en el tema de la corrupción, perdiendo así respeto y credibilidad.
Esa oportunista relativización de valores no es diferente del comportamiento de numerosos políticos que han pasado por la vida pública y siempre callaron ante actos evidentes de corrupción y ante atentados contra valores éticos de sus propios partidos. Así socavaron su credibilidad y la de sus partidos, los cuales, resultado de ese casi generalizado silencio y encubrimiento, no rectificaron a tiempo.
Traigo a colación el tema sobre el papel de La Nación en la vida del país, a la luz de los dramáticos cambios ocurridos en su cúpula –nueva Junta Directiva y nuevo director– y la inevitable pregunta: ¿está La Nación en una encrucijada y, si es así, escogerá la ruta correcta?
De esta Junta Directiva solo conozco a dos de sus miembros, Luis Javier Castro y Juan Ignacio Biehl, a quienes considero personas excelentes desde cualquier punto de vista (aunque mi opinión sobre Juan Ignacio podría estar ladeada, pues es hijo de quien fuera quizá mi mejor amigo, John Biehl).
No conozco al nuevo director, pero creo que para llenar los zapatos de Armando González –el Armando González que me permite elogiar el papel de La Nación en la lucha contra la corrupción política–, se requiere alguien con una rigurosa vocación investigativa, coraje para denunciar, indiferencia al modelo económico que impulsa el político o partido denunciado, estudio de la realidad nacional e internacional, conocimiento de la institucionalidad, la Constitución y las leyes y razonamiento lógico.
Por otra parte, me aventuro a especular, que Armando González dirigió La Nación sin tomar en cuenta el estado de resultados financieros de corto plazo, pero convencido de que la supervivencia del periódico como empresa dependía de que mantuviera la credibilidad, el respeto y el prestigio en la lucha contra la corrupción. Creo que su estrategia comercial estuvo basada en que La Nación fuese la dueña del nicho de electores interesados en estar correcta y objetivamente informados sobre ese tema.
El cumplimiento de esta función por parte de la prensa es vital, tanto para definir la calidad de la democracia, como para el desarrollo del país. No solo La Nación tiene la obligación de cumplirla y no solo La Nación puede cumplirla (de hecho, en esa tarea participan otros pocos medios), pero ya lo sabe hacer y sería una gran pérdida para Costa Rica si los cambios en la cúpula de la empresa condujeran a cambios en su carácter distintivo (su ethos).
Claro, a mí me gustaría, entre otras posiciones, que La Nación fuese menos incondicional a la agresividad militar de Estados Unidos, que se abriera más a informar con objetividad sobre la historia y la actualidad China, que reportara sobre los éxitos de modelos económicos eclécticos (ni neoliberales, ni comunistas) como los de Japón, Singapur, la República de Corea, la isla de Taiwán y la misma China, o que se opusiera a la privatización directa e indirecta de la banca que intenta este gobierno.
Pero aun sin esas reorientaciones, mientras mantenga su esencia en la lucha contra la corrupción, la mentira, el clientelismo, la demagogia y el populismo, y el enfoque de Armando González y su equipo sobre estos temas, estaría, como lector, satisfecho con la nueva cúpula de La Nación.
ottonsolis@ice.co.cr
Ottón Solís es economista.
