El puente bailey fue diseñado al inicio de la Segunda Guerra Mundial por los ingenieros militares británicos como estructuras prefabricadas, fáciles de transportar e instalar en zonas de combate, para habilitar provisionalmente el paso sin necesidad de utilizar maquinaria pesada. Nuestro Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT) modificó el concepto en dos aspectos fundamentales: a juzgar por la duración de las obras, la instalación de un bailey se ha tornado más compleja y, una vez tendido el puente, el paso del tiempo conspira con el olvido para aniquilar la provisionalidad.
Si alguna vez desaparece el puente bailey de Cartago, por ejemplo, los viajeros perderán un punto de referencia creado por décadas de servicio a la comunidad. Cuando la vieja estructura cayó en “riesgo inminente de colapso”, las autoridades corrieron para rehabilitarla. Si en el futuro la reparación resulta impracticable, siempre existirá la posibilidad de reemplazarla por otro bailey, provisionalmente, por unas décadas más.
Las expectativas de prolongada existencia podrían explicar la alegre inauguración del puente bailey frente al aeropuerto Juan Santamaría, construido para agilizar la circulación de vehículos hacia la capital. El nuevo blasón del MOPT fue erigido en dos meses, contados desde el anuncio de su instalación, a un costo de ¢500 millones en vez de los ¢160 millones inicialmente estimados.
El paso por una de las principales carreteras del país, frente al aeropuerto internacional más importante y transitado, está en deuda con sir Donald Coleman Bailey y así seguirá muchos años, a juzgar por la presencia de las más altas autoridades del gobierno en su inauguración y la indefinición del proyecto de ampliación de la vía entre San José y San Ramón, ideado hace décadas y frustrado por el rechazo a los peajes.
Para mayor testimonio de permanencia del flamante puente, el MOPT promete levantar otro, el año entrante, en el sentido contrario. A la usanza del Medioevo, los bailey gemelos serán la puerta occidental de la capital, no sabemos por cuántos años, pero puede llegar el día en que aprendamos a apreciar, por su valor histórico, los testimonios gráficos de la inauguración.
Otra explicación de la fanfarria inaugural podría ser la escasez de nueva obra pública y, por ende, de oportunidades para cortar cintas, pero ya hay otro puente para estrenar el año entrante y, si no, bien se podría inaugurar el 8 % del avance logrado durante el 2023 en la ruta a Limón.
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.