Eneas, el Ulises de la literatura latina, héroe de la guerra de Troya huye con su anciano padre, Anquises. Lo lleva sobre sus hombros y toma a Ascanio, su pequeño hijo, de la mano. La pintura y la escultura han representado esta bella huella de «la Eneida». Virgilio, su autor, nos entrega una frase que podría evocarla: «Mientras el río corra, los montes hagan sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido».
La vida es un bien. Haberla recibido es quizás el mayor de los bienes. Reconocer a quienes nos entregaron sus días, sus desvelos y trabajaron por darnos sustento y educación es una deuda de justicia. El tener una familia o haberla encontrado. La vida es tiempo. El arco biológico no se detiene. Los que nos preceden son finitos, tarde o temprano van a declinar y partir. Navegar hacia otras aguas. Hay marchas sin retorno y reencuentros anhelados. Cuántas veces no advertimos el regalo de su presencia.
En el derecho romano, la pena máxima era contra la impiedad, una palabra que se usa poco y viene del latín «impietas», que significa no sentir pena, dolor, devoción, ni fervor religioso.
El delito de impiedad contra los padres solía acarrear la muerte. Vemos como desde lejos viene uno de los pilares de nuestra civilización: el cuidado y la honra hacia los padres, hacia las personas mayores que merecen honra y respeto. Honrar su dignidad es honrar la dignidad propia. La piedad es observadora y es la síntesis de la gratitud y del cuidado. El cuidado es una manifestación que brota de una conciencia agradecida. Lo expresa el duque De Rivas en uno de sus versos: «Porque el ser agradecido, la obligación mayor es para el hombre bien nacido».
La ingratitud y el abandono son dos grandes ofensas humanas. Las menciona Séneca: «Ingrato es quien niega el beneficio recibido, ingrato es quien lo disimula, más ingrato es quien no lo devuelve, y mucho más ingrato quien se olvida de él».
La gratitud es una de las actitudes más profundas del ser humano y una de sus manifestaciones más nobles es el cuidado. Cuidar es atender al otro, tenerle compasión y ponerse en su lugar. Ayudarle a realizar lo que no puede por sí mismo. Es velar por su bien, acompañarlo, hacerse cargo de él. Un cuidado responsable salva al otro de una soledad no deseada: la soledad del abandono.
Los actos de dar y agradecer son para el filósofo y profesor español Juan Cruz los polos de un eje que atraviesa las relaciones de las personas y hacen el carácter íntimo de cada una. A su alrededor, se articulan las vivencias fundamentales que ayudan a crecer la vida como lo son el amor, la fidelidad, el respeto, la veracidad, la vergüenza y la serenidad.
Dar a cada uno lo suyo es cuestión de justicia. El acto supremo de dar está presidido por el amor. El más profundo regalo de una persona a otra es el don del amor. «No se da con la mano, sino con el corazón». Agradecer, para Cruz, significa recordar.
Si alguien quiere ser auténticamente agradecido, ha de recordar permanentemente, no por obligación, sino por amor, afirma Cruz. Los descendientes de Eneas, Rómulo y Remo, fundaron Roma, que no se libró de las cenizas, al igual que Troya. La barbarie destruye la civilización. Los mitos nos brindan grandes lecciones, pero la realidad también.
La historia no engaña ni defrauda a nadie, sencillamente, nos habla. Escuchémosla. Se cuida lo que se quiere poner a salvo del tiempo. Quienes agradecen aman, cuidan su promesa y en ella se cuidan a sí mismos.
La autora es administradora de negocios.