La estabilidad política de un país es, a la vez, un estado de situación y un sendero. ¿Cómo así? Pongo un ejemplo para entendernos mejor, pues sé que hoy empecé esta columna muy “desde arriba”. Dos cosas son ciertas a la vez: puedo decir que en el año 2025 Costa Rica era un país estable y afirmar con bastante certeza que desde 1949 nuestro país tiene una trayectoria de estabilidad política.
Pero ¿qué es –y no es– estabilidad política y por qué importa? Un país es estable cuando todos los grupos aceptan las reglas del juego existentes para pelear por poder e influencia en los asuntos públicos y las usan para dirimir sus conflictos. Es como si varios equipos se organizan para un campeonato de fútbol: acuerdan el calendario y las reglas. A la hora de los partidos, no agarran la bola con las manos para meter goles y, si lo hacen, aceptan que un árbitro les pite “faul” y que, si se ponen malcriados, les expulsen jugadores.
Siguiendo con el ejemplo, la estabilidad política no quiere decir ausencia de conflictos (los partidos son enfrentamientos) y que no haya ganadores o perdedores, gente apasionada de un lado u otro. Tampoco significa que los equipos deban jugar de cierta manera: habrá unos más defensivos y otros harán “jogo bonito”. Lo que no se vale es el rompimiento constante y deliberado de reglas, eso que llamaremos inestabilidad: equipos que le peguen al árbitro, metan goles con trampa y se hagan llamar campeones sin tener más puntos o aficiones que hagan desmadres. Ahí, “se murió la flor”.
La estabilidad política no siempre es buena. Por ejemplo, cuando se basa en el autoritarismo y la violación de los derechos humanos. Pero, en las democracias, es beneficiosa: permite a las personas usar sus libertades y derechos, vivir sus vidas sin amenazas, procurar sus sueños. Y da a un país reputación internacional y más progreso.
El punto es que la estabilidad política engendra estabilidad. Cuantos más años transcurran sin intentos de deslegitimar las reglas de juego y a las instituciones encargadas de mantenerlo, más se aferra una sociedad a la estabilidad. Y, en el caso de las democracias, mejor le va a la libertad, la paz y el progreso. Pero la estabilidad nunca está asegurada: siempre hay gente que gusta jugar con fuego, aunque queme a los demás. Y puede lograrlo. Entonces, una sociedad entra en otra etapa, pues la inestabilidad también engendra inestabilidad.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.