
Persistentemente, me escalofrío frente a ese padre o esa madre que avivan los conflictos entre sus hijos a fin de sacar ganancias, casi siempre narcisistas. Son familias donde las alianzas contra algún miembro abundan y el odio aceita su existencia como grupo.
Se basan en esta idea tan tradicional en la historia de la humanidad de que la realidad se divide en buenos y malos y nada más buenos y malos. Los hijos buenos y los hijos malos, de eso se trata.
Creencia afectivizada y, por ello, productora de sentimientos de aborrecimiento contra el “malo” y apego incondicional hacia el “bueno”.
Eso sucede en algunas familias, lugares de trabajo, redes sociales y, cada vez más, en el Poder Ejecutivo, a causa de su titular, un hombre amargado y ordinario que invierte su responsabilidad de fomentar el diálogo constructor de país por la instigación entre conciudadanos.
Si el país fuera una familia, Rodrigo Chaves sería un mal padre. Para lucrar, en lugar de ponernos a hablar, nos carbonea para que nos hagamos daño.
Quienes lo siguen apasionadamente son sus “hijos favoritos” y a ellos les da un supuesto lugar al extenderles la metáfora que usa para sí: ahora también son “jaguares” con un falso papel protagónico de una lucha inexistente: defender al país y proteger al “comandante en jefe”, como le llaman algunos con euforia.
Se trata de espejismos creados por unos pocos diputados y algunos ministros, él y abundantes troles. A ninguno le importa realmente la gente, ni el país, simple utilería en su propósito real de hacerse con un poder destructivo cuya víctima principal será el país.
Con su proceder y avidez de una omnipotencia que jamás tendrá, espera nuestra existencia únicamente en función de él, negando la capacidad de acción y los deseos que tenemos, como si fueran cosas ilegítimas.
Solo existe él, con su fosforescencia engañosa, y quienes le dan la razón. Estos últimos no deberían de entusiasmarse, pues su importancia es solo en calidad de devotos, nunca de ciudadanos.
Él rechaza la transitoriedad, fundamental en una democracia, pues se presenta como la ley, como permanente, en un ejercicio vertical y autoritario, amenazando nuestra capacidad de producir ciudadanía y ejercer, así, el poder de quitar y poner un gobierno cada cuatro años, incluso eligiendo a quien le disguste.
La psicoanalista argentina Susana Matus nos ofrece un análisis de lo fraterno útil para pensar en sus posibilidades. En nuestro caso, como expone ella para las familias, tenemos la alternativa de vincularnos, no porque tengamos un padre bueno, sino por elegir hacerlo: “Se hace necesario diferenciar, entonces, el hermanarse, en tanto ser nombrados como tales por los padres, de la fraternización: proceso de constitución y sostén autoorganizado del vínculo entre hermanos”.
Dejándonos engañar por la malquerencia, nos volvemos frágiles, porque como advierte José Hernández en su Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.
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Isabel Gamboa Barboza es catedrática en la Escuela de Sociología de la UCR y directora del Posgrado en Estudios de la Mujer de esa universidad.