¿Cómo no entender a quienes, en la desesperación y el hartazgo político, terminan votando por el que más feo y duro habla?
¿Cómo, si yo misma, no pocas veces, me encuentro desanimada en busca de alguna candidatura que no me avergüence?
La deshonra en el ejercicio político no nos toma nunca por sorpresa, pues da señales desde la campaña, cosa poco importante para algunos, al parecer.
Ese tipo de promociones electorales dicen algo de lo que somos como país. Revelan, como diría la politóloga inglesa Pippa Norris acerca del populismo, las legítimas preocupaciones de la gente. Por lo menos las referidas a esa burla que los políticos han venido haciendo de nuestras esperanzas, manifiesta en el cada vez menor esfuerzo que hacer, incluso para disimular.
¿Quién no ha querido guardar las normas de urbanidad frente a algún personaje despreciable? ¿Cuántas palabras soeces se dicen en privado? ¿Cuánta cólera sentida por el desprecio de funcionarios públicos?
Estoy hablando de estrategias alejadas de las ideas, la cortesía y del buen gusto, características básicas para mostrar un poco de respeto por la gente.
Como la de nuestro presidente, en campaña ya. El uso del acorralamiento social de una población como la indígena para hacerse videos con una anciana y parecer muy buena gente. Agarrar a una niña con una mano y a un chiquito con la otra, sonriendo forzadamente en medio del terror y la incomodidad visible en las criaturas. O regalar chucherías de metal con un animal labrado como si fueran barras de oro.
El turkeneitor y su: “a como está este hueso, vote por turqueso” y, últimamente, la turkesa, ambos, al parecer, entronizados como caballos de Troya de otro partido, sin el sonrojo que debería producir el desparpajo de no tener que pasarse de partido para dejarse utilizar por otro.
Un candidato que, viendo el pegue del presidente con su jaguarsh, recurre a una transmutación leonesca con la fe de cautivar algunos votos en el zoológico en que se ha convertido la política.
Pero la deshonra en la lucha política no es nueva, como afirman algunos.
Recordemos el eslogan de la campaña del candidato del Partido Unidad Social Cristiana, Luis Fishman, para las elecciones presidenciales del año 2010: “Vote por el menos malo”.
La sugerencia al suicido en el video “Salto al vacío”, producido, según su guionista, Giovanni Bulgarelli, para el candidato José María Figueres, del Partido Liberación Nacional, aunque negado por este.
O la infame publicidad de Fernando Berrocal, siendo precandidato por el Partido Liberación Nacional, en el año 2009, donde vemos a una mujer y a un campesino abrir mucho los ojos, empujar sus glúteos hacia adelante por una fuerza invisible, poner cara de dolor y asombro y apretarse el centro del trasero mientras se despliegan las frases: “¿Te vas a seguir dejando? Frenemos ya a Rodrigo Arias”.
Entonces, no es que hasta ahora se baje tanto la vara de cómo se puede hacer una contienda electoral.
Eso no es una novedad. Pero sí lo es que hoy día eso puede hacer que se gane una elección.
La elegancia, la ecuanimidad y la sobriedad parecen características despreciadas en quien aspira a una candidatura.
En cambio, una mezcla de Maikol Yordan –un personaje aparentemente humilde y de buen corazón, pero astuto– con Soraya Montenegro –el personaje de la telenovela mexicana María la del Barrio, caracterizada por su odio visceral a los pobres– parecen ser la fórmula para ganar la presidencia de un país que se retrata a sí mismo en ello.
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Isabel Gamboa Barboza es catedrática en la Escuela de Sociología de la UCR y directora del Posgrado en Estudios de la Mujer de esa universidad.
