El matonismo entre estudiantes o bullying es un complejo problema sociocultural, y su erradicación no depende de que una persona tenga buena o baja autoestima, como lo demuestra que es posible una gran autoestima tanto de víctimas como de agresores.
Más aún, una de las consecuencias del bullying es el deterioro en la víctima de la valoración positiva de sí misma, y si los agresores no se detienen se empoderan y refuerzan su autoestima.
El bullying es un comportamiento agresivo que implica tres aspectos fundamentales: desequilibrio de poder, ejercido en forma intimidatoria contra el más débil escogido y no al azar, con la intención premeditada de causar daño y es repetido en el tiempo.
El bullying puede ser directo, ya sea físico o verbal, o de gestos no verbales indirectos o relacionales mediante la exclusión. En el bullying directo hay usualmente tres participantes: agresor, víctima y testigos.
Estos últimos son la audiencia del agresor, quien resulta estimulado o inhibido por ellos. Por eso, los programas de prevención tratan de que los testigos (alumnos) desempeñen un papel preventivo.
Hay un segundo universo de testigos que son los profesores y el personal del colegio. Según la mayoría de los alumnos, los profesores no siempre intervienen. Las consecuencias de actuar como testigos son valorar como respetable la agresión, la desensibilización ante el sufrimiento de otras personas, el fortalecimiento del individualismo y la competencia, la disminución de comportamientos solidarios y efectos negativos en el aprendizaje.
Se agrega a lo anterior el cyberbullying, llevado a cabo bajo el anonimato provisto por la internet mediante el uso de blogs, correo electrónico, chats y teléfonos celulares, o el envío de mensajes intimidatorios o insultantes.
Perfiles de víctima y victimarios
Los varones victimizan más que las mujeres y cometen más agresión física y verbal; las mujeres recurren a la agresión indirecta relacional mediante el esparcimiento de rumores o la exclusión social.
Las víctimas son percibidas como inseguras, sensitivas, poco asertivas, físicamente más débiles, con escasas habilidades sociales y pocos amigos, usualmente, buenas estudiantes. Las potenciales víctimas son personas con algún grado de discapacidad, obesidad, trastorno del espectro autista o quienes usan utensilios como lentes o audífonos.
Quienes son víctimas de acoso escolar suelen sufrir ansiedad y depresión, faltan a clases, presentan dos y hasta cuatro veces más problemas somáticos que sus pares no victimizados y propenden a la ideación, los gestos e intentos suicidas, cuando no al suicidio.
Los agresores o bullies son físicamente más fuertes, dominantes, impulsivos, no obedecen reglas, su tolerancia a la frustración es poca, desafían la autoridad, poseen buena autoestima, tienen actitud positiva hacia la violencia, no empatizan con el dolor de la víctima, ni se arrepienten de sus actos.
Corren el riesgo de desarrollar en el futuro conductas más graves, como vandalismo, mal rendimiento académico, fracaso escolar, uso o abuso de alcohol y otras drogas, portar armas, robar y ser sometidos a procesos judiciales en un 40 % a la edad de 24 años.
En vista de las serias consecuencias para los involucrados, es urgente plantear estrategias para la prevención de una problemática tan compleja.
‘Bullying’ es una mezcla de factores
El fracaso en la contención del bullying se debe a que es un proceso sistémico grupal, involucra a agresores, víctimas, compañeros de escuela o colegio, educadores, padres, ambiente familiar, escolar y comunitario, y debe poner en primer lugar a quien lo sufre, por lo que es improbable que la intervención en uno solo de los aspectos señalados vaya a tener algún impacto.
La violencia que afecta a adolescentes y jóvenes debe entenderse como producto de la combinación tóxica del deterioro de condiciones estructurales a consecuencia de la desigualdad, la pobreza, el consumo y tráfico de drogas, el debilitamiento de la contención familiar, de un modelo educativo competitivo academicista expulsivo, de la falta de oportunidades y del abandono de actividades esenciales para el desarrollo saludable, que explica la explosión de un malestar exacerbado por la pandemia.
Muchos años antes de la pandemia, las causas estaban presentes. La última investigación de la Clínica de Adolescentes del Hospital Nacional de Niños y la Asociación Pro Desarrollo Saludable de la Adolescencia, llevada a cabo a finales del 2019, documentó que el 13 % de los estudiantes reportaron haber planeado suicidarse, el 9 % había llevado armas en la calle y el 5 % en el colegio, el 30% ya eran víctimas de bullying, el 15 % había utilizado drogas ilícitas y el 57 % había consumido alcohol. De este 57 %, la cuarta parte había llegado al estado de embriaguez.
Si bien la pandemia produjo una alteración en los procesos de socialización debido al aislamiento y aumentaron los cuadros de ansiedad y depresión ocasionados por el estrés crónico, subyacen otras razones aparte de la autoestima que habría que incorporar, si pretendemos entender y dar respuestas más allá de la represión de la violencia infantojuvenil, incluido el bullying.
Alberto Morales Bejarano es médico pediatra, fue fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños y su director durante 30 años. Siga a Alberto Morales en Facebook.