
Crecí en el sur de la capital, donde la rutina puede incluir los balazos como sonido ambiente y, aun así, hay que salir a trabajar, estudiar y vivir. En esas calles aprendí que sobrevivir no es sinónimo de vivir y que, por costumbre, muchos asumimos que “irse” es la ruta para conseguir oportunidades. Pero eso no debería ser así: nuestros hogares deberían ser por siempre nuestro espacio seguro.
Un estudio del Colegio de Ciencias Económicas concluyó que, entre menores de 25 años, el desempleo ronda el 30,6% y la pobreza, el 26,8%. Ambos son indicadores que golpean directamente a quienes nacimos en barrios de la periferia capitalina. Unicef, por su parte, ha señalado que la pobreza infantil alcanza alrededor del 37%, un dato que exhibe la fragilidad de cualquier promesa de futuro en este país. Esas cifras no “acompañan” el problema: lo explican.
Los delitos en el sur de la capital alimentan las noticias de Sucesos y la angustia diaria de personas en localidades como Hatillo, Sagrada Familia, San Sebastián, Alajuelita, Desamparados, Tirrases, barrio Cuba o Quince de Setiembre. Son comunidades que resisten entre operativos, disputas por territorios de droga y una institucionalidad que llega tarde, a medias o no llega. Mientras tanto, una generación como la mía, crece con el trauma de sobrevivir en guerra, calculando trayectos y horarios menos peligrosos, al tiempo que la familia nos espera preocupada en casa.
No escribo para pedir compasión, sino para exigir prioridades claras. A quienes aspiran gobernar el país a partir de 2026 les pido que cambien el guion. Los barrios del sur no necesitan más visitas fotogénicas, ni programas caritativos de temporada. Necesitan inversión sostenida en educación que retenga y potencie talento, vivienda digna como política de Estado (no como un premio de campaña) y seguridad con oportunidades: empleo formal juvenil, cultura, deporte, redes de cuido y prevención que valgan más que una patrulla.
No quiero que nadie más tenga que irse de su barrio para prosperar. Quiero que quedarse sea posible y deseable. Que el país democrático y abierto al diálogo que nos pintan se pronuncie en nuestras esquinas. Que el sur, tantas veces mencionado como problema, sea tratado como lo que es: parte esencial de Costa Rica. No pedimos favores; exigimos un futuro con dignidad, y que empiece ahora, no después de las elecciones.
Isacc Jiménez Hernández es estudiante de Relaciones Públicas en la UCR.