Pocos datos han sido más reveladores que los de la primera encuesta nacional sobre el uso del tiempo (ENUT) del 2017, que documentó una evidente e injusta desproporción de responsabilidades en los hogares a cargo de las mujeres.
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En el trabajo doméstico no remunerado, el exceso es de tres a uno: las mujeres con 35:54 horas, mientras los hombres solo 13:42 horas. Por ello, cientos de miles de mujeres no pueden integrarse al trabajo y carecen de ingresos y protección en la adultez, y aquellas que sí realizan trabajo remunerado lo hacen a costa de su salud física y mental.
La sobrecarga significa también menos tiempo libre, ahí la relación es inversa: ellas dedican la mitad del tiempo al ejercicio, una hora versus 1:55 los hombres, una situación que se repite en las actividades de juego y entretenimiento, con 1:14 y 2:22 horas, respectivamente.
Esta desigual realidad que existía en el 2017 demanda que se lleve a cabo una nueva investigación que haga visible la carga y responsabilidad que han asumido las mujeres durante la pandemia, al adicionarse más horas al cuidado de niños menores de 12 años, personas totalmente dependientes y población adulta en aislamiento.
En momentos en que se ha dado una nueva entrega del Estado de la Nación, que señala un ensanchamiento de las desigualdades en el país y la incapacidad institucional para resolver problemas estructurales, abogo por apostar como país por la promoción de familias que practiquen la corresponsabilidad y por un Estado que provea una red de cuidado universal y solidario.
Una respuesta estructural es facilitar que un millón de mujeres que hoy no están en la población económicamente activa se conviertan en parte de la solución, en la generación de ingresos para sus familias, creación de riqueza nacional, aportación a los sistemas de seguridad social y de pensiones.
Estoy consciente de que lo propuesto demanda recursos, pero estos serán muy bien retribuidos. La inversión en una mujer se multiplica por siete, pues ellas destinan el 90 % de sus ingresos al bienestar de la familia.
Por otro lado, la inversión en educación trae beneficios que aumentan geométricamente, y ninguna mejor que la educación temprana, clave para el cierre de las brechas de desigualdad.
La autora es politóloga.