
En el Día Mundial del Medio Ambiente, el Informe Planeta Vivo 2024 de WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, por sus siglas en inglés) nos ofrece una visión inquietante: las crisis interconectadas de pérdida de biodiversidad y cambio climático están llevando a la naturaleza más allá de sus límites. Este es un llamado a la acción, no solo para reflexionar sobre lo que hemos perdido, sino para comprometernos con soluciones concretas antes de llegar a un punto de inflexión.
En las últimas cinco décadas, el tamaño promedio de las poblaciones de vida silvestre ha disminuido en un 73%, un signo claro de que nuestros ecosistemas están perdiendo su capacidad de recuperación.
Para el caso de América Latina y el Caribe, el panorama es aún más preocupante, con una pérdida de biodiversidad del 95% entre 1970 y el 2020. Esto no solo afecta a las especies animales, sino que también pone en peligro los servicios vitales que la naturaleza nos proporciona, como la purificación del agua, la protección contra desastres naturales y la regulación del clima.
La deforestación, la sobreexplotación de recursos y el cambio en el uso de la tierra están deteriorando los hábitats naturales, mientras que el cambio climático acelera estos procesos. El informe alerta de que estamos cerca de alcanzar puntos de inflexión peligrosos, como la extinción de la selva amazónica y los arrecifes de coral, lo que tendría consecuencias devastadoras no solo para la biodiversidad, sino también para la estabilidad climática global.
¿Cómo revertir la situación?
Para abordar la creciente crisis de biodiversidad y el cambio climático, la meta 30x30 del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) plantea una solución fundamental: proteger al menos el 30% de la tierra, los mares y las aguas del planeta para el año 2030.
Esta meta no solo implica la creación de nuevas áreas protegidas, sino también la restauración de ecosistemas degradados, como bosques, humedales y arrecifes de coral, que han sido gravemente impactados por la actividad humana. La conservación de estos ecosistemas es crucial para mantener su capacidad de sustentar la biodiversidad, regular el clima y ofrecer servicios esenciales como el abastecimiento de agua y la seguridad alimentaria.
Lograr esta meta requiere una acción coordinada, que involucre tanto a Gobiernos como a comunidades locales, y el compromiso de financiar de manera adecuada la gestión de estas áreas para garantizar su efectividad y longevidad.
Para 2030, también necesitamos una transformación radical en la forma en que producimos y consumimos energía, adoptando soluciones limpias como la solar, la eólica, y geotérmica, que no solo son sostenibles, sino que también se están volviendo más accesibles y rentables. En la última década, los costos de tecnologías renovables han disminuido significativamente, lo que ha facilitado su implementación a gran escala.
Sin embargo, para cumplir con los compromisos climáticos globales y mantener el objetivo de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C, es esencial triplicar la capacidad de energía renovable en los próximos años. Además, es necesario fomentar la eficiencia energética y acelerar la electrificación de sectores clave, como el transporte y la industria, para reducir las emisiones en todos los ámbitos de la economía.
Adicionalmente, necesitamos repensar la forma en que producimos, distribuimos y consumimos alimentos. El sistema alimentario es uno de los mayores responsables de la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, ya que ocupa el 40% de la tierra habitable, consume el 70% del agua y es responsable de más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Debemos adoptar prácticas agrícolas sostenibles que promuevan la producción positiva para la naturaleza, como la agroecología y la agricultura regenerativa, que respetan los ecosistemas y fomentan la biodiversidad. Además, es fundamental reducir el desperdicio y la pérdida de alimentos, que representa aproximadamente un tercio de toda la comida producida en el mundo. Esta transformación debe ir acompañada de dietas más nutritivas y equilibradas que favorezcan los productos locales y de temporada, para así reducir la huella de carbono del transporte de alimentos.
Finalmente, la transformación del sistema financiero es crucial para garantizar que las inversiones globales estén alineadas con los objetivos climáticos y de biodiversidad. Actualmente, los flujos de capital continúan financiando actividades que destruyen los ecosistemas y agravan el cambio climático.
Para revertir esta tendencia, debemos redirigir las inversiones hacia sectores que promuevan la conservación, la sostenibilidad y el bienestar humano. Esto incluye la financiación de soluciones basadas en la naturaleza (SbN), la inversión en energías renovables y la promoción de modelos de negocio que respeten el medio ambiente y fomenten la resiliencia climática. Los sistemas financieros deben evolucionar para reconocer el valor de los servicios ecosistémicos y el impacto positivo que las prácticas sostenibles tienen en la economía global. Solo alineando las finanzas con la naturaleza podremos garantizar un futuro en el que el crecimiento económico y la preservación del planeta vayan de la mano.
El Informe Planeta Vivo 2024 nos enfrenta a una realidad que no podemos ignorar: estamos al borde de perder una parte crucial de nuestro patrimonio natural. Pero aún hay esperanza. Como sociedad, debemos actuar con urgencia y determinación para transformar nuestra relación con la naturaleza. No se trata solo de políticas globales, sino también de las acciones cotidianas que, sumadas, pueden marcar una gran diferencia.
En Costa Rica, ya estamos viendo ejemplos de cómo la acción local puede inspirar al mundo. El país ha sido un líder en la conservación de la biodiversidad, con el 25% de su territorio protegido por áreas protegidas. Programas como el Pago por Servicios Ambientales (PSA) han demostrado cómo la colaboración entre el gobierno, las comunidades locales y las empresas puede generar un modelo de desarrollo sostenible.
Además, el país ha adoptado iniciativas ambiciosas como la meta de alcanzar la carbono-neutralidad para 2050, que no solo busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino también proteger sus ricos ecosistemas de selvas, bosques y océanos.
Este Día Mundial del Medio Ambiente nos llama a reflexionar sobre nuestro papel en la protección del planeta. Si los próximos cinco años son cruciales para evitar los puntos de inflexión irreversibles que nos esperan, entonces el momento de actuar es ahora. Ya sea apoyando políticas de conservación, adoptando hábitos más sostenibles en nuestra vida diaria o participando en proyectos locales, todos tenemos un papel que desempeñar. El poder de cambiar el futuro está en nuestras manos.
aimee_lb@yahoo.com
Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.