La inteligencia artificial (IA) ya es parte de la vida cotidiana. Pero no impacta a todas las personas por igual. El nuevo Informe sobre Desarrollo Humano 2025 del PNUD dedica un capítulo completo a examinar cómo esta tecnología afecta de forma distinta según la etapa de vida: niñez, adolescencia, adultez o vejez. Y advierte: los sistemas públicos aún no están preparados para gobernar sus riesgos ni aprovechar sus oportunidades.
En el caso de niños y jóvenes, la advertencia es clara: existe una “fragmentación institucional” que impide una respuesta coordinada. Mientras los estudiantes adoptan, cada vez con más rapidez, herramientas basadas en IA, los Estados –y particularmente los sistemas educativos– llegan tarde y sin un marco ético ni pedagógico robusto.
De acuerdo con el informe, en 21 países, el 42% de los estudiantes usa IA más de una vez por semana; solo el 13% nunca la ha usado. La mayoría lo hace para entretenimiento y educación, pero sin orientación docente ni criterios claros sobre calidad, sesgos o privacidad.
Mientras tanto, el 55% de las personas retiradas nunca ha usado IA. La brecha es generacional, sí, pero también institucional: la infancia y la adolescencia están más expuestas… y menos protegidas.
Costa Rica no es ajena a este vacío. Aunque el Micitt presentó una Estrategia Nacional de IA en 2024, su plan de acción menciona la educación apenas de forma superficial y, de hecho, el MEP no forma parte aún de los responsables institucionales en dicha estrategia. No existen lineamientos públicos sobre cómo integrar la IA en el aula, ni mecanismos de evaluación sobre su impacto en el aprendizaje o en el bienestar emocional del estudiantado.
Tampoco hay una estrategia del Ministerio de Educación Pública para formar a los docentes en el uso crítico, ético y eficaz de estas tecnologías.
La IA tiene el potencial de transformar la educación. Pero si el país no invierte en políticas públicas que orienten y acompañen esa transformación –desde las aulas, con los docentes, con las familias y con evidencia–, ese potencial podría perderse o, peor aún, profundizar las desigualdades existentes.
No basta con que los estudiantes usen IA. Necesitamos que el Estado también lo haga, con visión, responsabilidad y propósito.
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Andrés Fernández Arauz es economista.