Hablaré de lo cursi. Se vale; corre el tiempo en que, si damos rienda suelta a los estímulos de esta realidad inhóspita que transitamos, nos ponemos turbios, peleones y violentos. Mejor pongámonos cursis, que no hace daño.
La palabra la define el diccionario como un atributo de la persona que presume de fina y elegante. Pero esa es solo una de las muchas posibilidades de ser cursi; la que me interesa consiste en hacer cosas que desentonan con lo que es apropiado según el gusto de los tiempos, cosas chocantes para la sensibilidad predominante y que sin embargo se hacen como lo más natural del mundo. Porque quien es cursi no tiene ni idea de que desentona.
Hoy sería cursi, por ejemplo, escribir cartas de amor, al menos por dos razones. Una, que ya no hay palabras adecuadas para escribirlas, el vocabulario al uso es vulgar y soez y está fuera de lugar el que antes se empleaba. Otra, que están en desuso los medios: las cartas de amor exigen papel y lápiz, de modo que se humedecen con la energía del que las escribe, al extremo de que fuerza y humedad son parte sensible del mensaje. No dudo de que hoy se escribe más y más constantemente, pero no con las manos, sino apresurada y levemente, con las puntas de los dedos, sobre una superficie impersonal de vidrio o de algo que se le parece; de ahí que los mensajes son más prácticos y urgentes, y a la vez más intrascendentes.
Es cierto que las cartas de amor están escritas para ser leídas en el presente, pero también para que se conserven como testimonio en lo venidero, no importa si las rebaten los acontecimientos o ha desaparecido el sustrato que las justificaba.
Lo dice mejor Joan Margarit: “No tires las cartas de amor. / Ellas no te abandonarán. / El tiempo pasará, se borrará el deseo / -esta flecha de sombra- / y los sensuales rostros, bellos e inteligentes, / se ocultarán en ti, al fondo de un espejo. / Caerán los años. Te cansarán los libros. / Descenderán aún más, / e, incluso, perderás la poesía. / El ruido de ciudad en los cristales / acabará por ser tu única música, / y las cartas de amor que habrás guardado / serán tu última literatura”.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.
