La ola de calor de la semana pasada en el noroeste de los Estados Unidos rompió todas las marcas y sometió a los habitantes de los estados de Oregón y Washington, así como a la canadiense Columbia Británica, a una tortura que cientos de víctimas no lograron sobrevivir. El lunes la ciudad de Salem, capital de Oregón, rompió marcas con temperaturas de 47,2 ºC. Al otro lado de la frontera, en Canadá, un poblado de Columbia Británica batió marcas también, al experimentar, el domingo, temperaturas de 46,6 ºC.
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A la pérdida de vidas humanas se suma un efecto devastador sobre la fauna marina y terrestre. La muerte de animales acuáticos a lo largo de la costa y en los ríos es masiva. Un estudioso calcula la pérdida en mil millones de individuos, muchos pertenecientes a especies indispensables en la cadena alimentaria, como el mejillón azul apetecido por lo patos migrantes.
El calor también elevó la temperatura de los ríos, donde truchas y salmones mueren por millares. Las agencias protectoras de vida silvestre intentan trasladarlas a ambientes más amigables mientras pasan las condiciones extremas, pero no habrá alivio en los próximos días, porque la región apenas está al inicio de los meses más calurosos.
El calor viene acompañado de sequía y no tardarán en desatarse los extensos incendios forestales sufridos, sin tregua, en años recientes. La pérdida de biodiversidad a consecuencia del fuego también horroriza, además de las vidas humanas y los daños a la propiedad.
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En otras latitudes, redes de voluntarios conducidas por científicos se han dedicado a estudiar los efectos de la alteración del ambiente sobre los insectos. En Alemania, por ejemplo, encontraron una disminución del 75 % de los insectos voladores, calculada por peso, en los últimos 27 años. En relación con los meses veraniegos, cuando se da el pico de población, la caída es del 82 %.
En Estados Unidos y Canadá, la población de aves disminuyó en 3.000 millones, un 29 % en medio siglo, y los resultados podrían ser similares en otras regiones, donde los estudios todavía están en camino. Las causas de la debacle en América del Norte están presentes en el resto del mundo y es razonable prever iguales efectos.
La ciencia advierte de la sexta extinción masiva y de su paso acelerado. Ya no duda, tampoco, de la decisiva participación humana en la destrucción que, a la postre, alcanzará a nuestra especie. Es hora de hacer cuanto sacrificio haga falta para frenarla.
agonzalez@nacion.com