En la historia de un país hay épocas signadas por la estabilidad y otras por el cambio. Antes de seguir, sin embargo, quisiera aclarar lo siguiente para evitar malentendidos: al hacer esta distinción, no afirmo que en las primeras todo sea paz y armonía y las cosas caminen como en una colmena de abejas, en la que los individuos cooperan, un poquito como autómatas, para lograr un resultado colectivo beneficioso. O que en las segundas, por tratarse de períodos de transformación, todos estén pensando e innovando en dar a luz a “un nuevo mundo”.
En toda sociedad hay a cada momento cooperación y conflicto, innovación y conservadurismo, certeza e incertidumbre, y gobernarla es siempre como acostarse en una cama de clavos. Mi tema es otro, y tiene que ver con el empuje predominante que caracteriza a un período histórico particular. Predominante significa “ser más abundante en cantidad, en número o en intensidad que otra u otras”. No implica exclusión de otros atributos, que siguen existiendo, pero con influencia menor.
Así pues, en las épocas en las que prevalece la estabilidad una sociedad tiene un sendero de expansión claramente identificable. El objeto de la discusión política es la profundidad y velocidad de ejecución de las líneas maestras adoptadas en una época previa (por medios violentos o no). Metafóricamente hablando, existe un “contrato social” ampliamente aceptado entre los miembros de esa sociedad. Las épocas de cambio, por el contrario, son coyunturas críticas. En ellas, esas líneas maestras se desdibujan, el contrato social se cuestiona (los expertos dirían que existe una “distensión de las determinantes estructurales de la acción”) y la sociedad se enfrenta a la disyuntiva sobre cuál nuevo sendero escoger.
En nuestra historia reciente, los períodos posteriores a la guerra civil de 1948 y hasta 1980 y el que se inicia en los 90 hasta mediados de la primera década del siglo XXI fueron de estabilidad. En cambio, los años 30 y 40 fueron una coyuntura crítica —y turbulenta—, en los que la vieja sociedad liberal feneció. Pienso que el país está hoy en otra coyuntura crítica: lo de antes ya no define y lo nuevo aún no se impone. Desde esta perspectiva, sería bueno que el próximo gobierno entienda esta situación, pues su tarea estratégica será facilitar los procesos de cambio y evitar traumas políticos que mucho daño nos pueden causar.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.