No se ve, pero se percibe. El miedo político crece porque hay una estrategia de adoctrinamiento para convertirlo en instrumento de gobernanza. La intimidación se introdujo en el discurso y se usa como arma para aplanar a quienes cuestionan decisiones o se resisten a obedecer órdenes —incluso infundadas— que vienen “de arriba”.
Esta táctica da resultados para silenciar —aunque no se puede generalizar— a jerarcas, diputados, partidos, funcionarios, sindicatos, cámaras empresariales, colegios profesionales, medios de comunicación y periodistas. En estos sectores algunos sucumbieron a la advertencia: “Quien se atraviese sufrirá las consecuencias”.
Entre los que se allanaron están también quienes lo hacen por proteger o ganar beneficios. Unos, por temerosos; otros, por acomodados, mas todos son corresponsables de validar injusticias, revanchismos y atropellos contra la ley. Lamentablemente, cuando les toque, caerán en la cuenta de cuán malignos fueron su complicidad e individualismo.
El miedo resulta evidente en la Caja Costarricense de Seguro Social, donde los pusilánimes dan la cara, pero para politizar la salud pública y socavar a la Comisión Nacional de Vacunación. Igual ocurre en el Ministerio de Obras Públicas. Allí, el poder se alió para remover a dos ingenieros que objetaron el pago de $1 millón a una constructora que entregó una carretera con defectos a la vista. Ni su sindicato ni su colegio profesional han salido a decir una palabra por ambos.
Los indiferentes deben tener claro que a ellos Mario Benedetti les dedicó el poema “Hombre preso que mira a su hijo” o que por miedosos como ellos Nicaragua terminó en lo que es.
Estos sectores, que suponen que callando favorecen los cambios imprescindibles para el país, se equivocan. Las reformas y el progreso nunca deben darse a costa de los abusos de poder. En esta hora de incertidumbre democrática, cuando muchos dan la espalda a la institucionalidad, los contrapesos son vitales. Nunca como en este momento se requieren diputados críticos y un poder judicial con magistrados, fiscales y jueces independientes. En ninguno de ellos, se vale el miedo.
amayorga@nacion.com
El autor es jefe de Redacción de La Nación.
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"Pobrecitos, creían que libertad era tan solo una palabra aguda, que muerte era tan solo grave o llana y cárceles por suerte una palabra esdrújula", escribió Mario Benedetti en "Hombre preso que mira a su hijo". (MARCELO CASACUBERTA)