Lo bueno de hablar en sentido figurado es lo útil que es para nuestras conversaciones diarias. Lo usamos para comunicar mejor una idea y la gente sabe que lo dicho no puede entenderse en sentido literal. Por ejemplo: “llueven sapos y culebras”; “fulano se bebió hasta el agua del florero” o “el puerto era un horno”. Por supuesto que casi nadie habrá visto llover sapos y culebras. (Digo casi, porque pudiera ser que alguna vez un tornado pasó por un manglar y se llevó a esos animales a otro sitio, donde alguien, con asombro, los habrá visto caer del cielo). Y, sabemos que el puerto es una ciudad y no un horno, pero entendimos que la temperatura era muy alta.
Hay gente buenísima para ponerle salsa al habla cotidiana, verdaderos maestros del sentido figurado que usan con exactitud y contundencia: “este tipo es pura paja”, “aquel está más sentado que un fresco de balines”; “era un codo marca diablo”. Y es que en nuestro hablar privado y cotidiano no andamos dando cátedra científica. Por eso nos permitimos licencias que nos funcionan la mayoría del tiempo, aunque, la verdad, más de una vez nos meten en problemas cuando el juego de palabras no es gracioso, ofende, es poco claro o inoportuno. Incluso en este ámbito hay que andarse con tiento, pues la libertad idiomática no es absoluta.
Con mucho más tiento hay que andarse en el uso del lenguaje figurado en el ámbito del habla pública. Aquí políticos, funcionarias, intelectuales públicos e, incluso, personas de a pie están obligadas a escoger con cuidado sus palabras. ¿Por qué? Porque comunican ideas sobre temas de interés público a personas que no conocen a fin de persuadirlas, cambiar sus comportamientos, atraerlas a una causa o que se vayan de otras. Lo que digan y cómo lo digan puede encender o apagar hogueras (nuevamente se cuela el sentido figurado) fuera de su control.
Cuando una figura pública dice algo absolutamente fuera de lugar, como el diputado que habló de desterrar opositores, no puede escudarse en el sentido figurado. Dijo (y leyó) lo que dijo. Punto. Yo, si lo valoro como una persona seria y no como un payaso (y no tengo razones para lo segundo) estoy obligado a asumir la literalidad de lo dicho. Sugiero, en esta y otras situaciones, que las figuras públicas asuman su dicho, lo reafirmen o se retracten, pero que no se escuden en que lo dijeron de mentirillas. Estamos entre adultos.
vargascullell@icloud.com
Jorge Vargas Cullell es sociólogo.