El 27 de agosto de 1950 es un día anónimo, como otro cualquiera. El mundo estaba exhausto de acontecimientos decisivos; yo me acercaba a la fecha de mi cumpleaños. Sin embargo, ese día no se olvida porque fue cuando acabó con su vida Cesare Pavese, el escritor italiano, a sus 41 años.
Pavese comenzó a tener significación para mí mucho más tarde. En diciembre de 1985 visité una librería de viejo en Buenos Aires y adquirí un libro mortificado por el uso, publicado diez años atrás por Ediciones Fausto, clausurada junto con la Librería Fausto en 1977 por la dictadura militar argentina que consideró que la actividad editorial y la consiguiente divulgación de libros era preparatoria para las acciones subversivas. Una motivación tan sabia como la que proscribe ciertos libros para sustraerlos de la curiosidad de los estudiantes, o esa otra que agravia a las universidades.
El libro contiene poemas inéditos y poemas elegidos; entre los últimos, Los mares del Sur, escrito a los 22 años en setiembre de 1930, un ejemplo iniciático de la llamada poesía-relato: “Íbamos una tarde por la falda de un cerro / silenciosos. En la sombra del tardío crepúsculo / mi primo es un gigante vestido de blanco / que se mueve tranquilo, con el rostro bronceado, / taciturno…”. Tal vez por eso, sin saberlo, lo asocié con El viajero, el poema de Antonio Machado escrito mucho antes: “Está en la sala familiar, sombría, / y entre nosotros, el querido hermano / que en el sueño infantil de un claro día / vimos partir hacia un país lejano”. Travesuras de aficionado.
¿Cómo era Pavese? En Hotel Roma, el escritor francés Pierre Adrian dice que era feo e impotente, acomplejado y misógino: un hombre solitario de mirar torvo. Repara en que no disponemos de registros sonoros que hoy permitan escuchar su voz: es un hombre sin voz. En la plenitud de los tiempos que precedieron y continuaron con la guerra, Pavese se decía a sí mismo en El oficio de vivir: “Nunca has combatido, acuérdate. Nunca combatirás”. Adrian agrega que no se comprometía: su indiferencia era una respuesta a la insignificancia del mundo.
Leyéndolo, me pregunto: ¿aprovecha estar pendientes de lo que acontece aquí y allá, de este clima de alerta intimidante en el que las palabras han perdido su encanto y su bondad?
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.