La detención de un estafador en Pital de San Carlos confirma la generosidad de nuestro país, su espíritu solidario y su sensibilidad ante el dolor ajeno. Ser un venezolano en plena fuga de la miseria imperante en su tierra no es motivo de menosprecio en Costa Rica. Por el contrario, es una credencial para pedir apoyo.
Lo hemos visto en las pancartas de cientos de migrantes parados en las esquinas, en donde las primeras dos palabras siempre son “soy venezolano”. Luego de la introducción, cada cual explica las dificultades a su manera. Casi siempre concluyen con una petición de ayuda para seguir el viaje hacia los Estados Unidos.
El desvergonzado detenido en el norte decidió explotar la nobleza de sus conciudadanos haciéndose pasar por venezolano y, cuando lo detuvo la Fuerza Pública, le encontraron ¢40.000 en el bolsillo. La suma no dista mucho del ingreso per cápita de una familia pobre. El sujeto tenía experiencia en el ardid de hacerse pasar por venezolano. Lo había hecho en Guanacaste y en San José.
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El hombre, de apenas 26 años, magnificaba el perjuicio a los migrantes asumiendo una actitud violenta con quienes no le ayudaban. La denuncia recibida por la Policía daba cuenta de esa agresividad y se la atribuía, de buena fe, a un venezolano. Hecha la detención, los agentes encontraron la cédula de identidad en los bolsillos del impostor.
Mucho hay de grandeza en un país donde resulta negocio hacerse pasar por necesitado. Entre enero y julio, más de 28.000 migrantes venezolanos transitaron por territorio nacional, según la embajada de ese país, en manos del gobierno instaurado por la oposición al régimen de Nicolás Maduro.
Costa Rica ha pedido apoyo a la comunidad internacional para enfrentar las necesidades de los migrantes. Las posibilidades del gobierno son limitadas en momentos de estrechez fiscal y crecientes dificultades domésticas. Mientras tanto, los ciudadanos hacen cuanto pueden para ayudar a los venezolanos a soportar su injusto calvario.
El exilio es una experiencia traumática y si el primer paso es un viaje repleto de peligros, incluida la travesía del Tapón de Darién, apenas hace falta describir la realidad del país de origen. Los venezolanos escapan de la miseria creada por las ambiciones y utopías de un pequeño grupo gobernante. Así como nos agradecen la ayuda ofrecida, debemos agradecerles el testimonio de su tragedia para reafirmar nuestro compromiso con los valores democráticos.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.
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Un hombre identificado con el apellido Paz, de 26 años, fue detenido por simular ser un venezolano y pedir dinero en las calles de Pital, en San Carlos, Alajuela. (Édgar Chinchilla, corresponsal GN)