
Cuando se habla de fondos de inversión, la mayoría de las personas los asocia con grandes capitales o metas de largo plazo, como la jubilación. Sin embargo, invertir no solo sirve para el mañana: también puede mejorar nuestro presente. Por ejemplo, un fondo de esta naturaleza puede servir como un respaldo ante imprevistos: tener parte de los ahorros en un fondo líquido permite contar con dinero disponible en caso de emergencias médicas, reparaciones en el hogar u otras situaciones imprevistas.
Pero en esta ocasión me interesa poner de relieve una particularidad que no suele tenerse en cuenta con igual insistencia, que es el hecho de que un fondo también puede convertirse en un inesperado aliado contra los fraudes informáticos bancarios, esos que tantas veces vemos en las noticias y que han vaciado las cuentas de miles de ciudadanos.
Conviene empezar aclarando qué es un fondo de inversión, para quienes no estén tan familiarizados con el concepto. En esencia, se trata de un patrimonio colectivo, conformado por los aportes de múltiples inversionistas, administrado por una Sociedad Administradora de Fondos de Inversión (SAFI). Dicho de otra manera, es una canasta común donde las personas depositan su dinero para que un gestor lo invierta en su nombre. Estos fondos ofrecen un potencial de rendimiento mayor al de los mecanismos tradicionales de ahorro bancario, como las cuentas corrientes o los depósitos a plazo.
Entre las distintas clases de fondos, me interesa resaltar los llamados fondos de mercado de dinero. Son ideales para quienes se inician, porque son abiertos –es decir, permiten la entrada y salida de inversionistas en cualquier momento, sin necesidad de esperar al vencimiento de un plazo fijo o de acudir a mecanismos bursátiles para las suscripciones y liquidaciones– e invierten en instrumentos de corto plazo y relativamente seguros. Además, son altamente líquidos: es posible retirar la inversión dentro de un plazo muy corto. Y aquí, precisamente, es donde empieza a dibujarse el vínculo con el tema de la protección contra fraudes.
A diferencia de una cuenta corriente o de ahorros –donde el dinero está siempre a la vista y puede ser retirado mediante cajeros automáticos, transferencias electrónicas (incluido Sinpe móvil) o tarjetas de débito–, el dinero en un fondo de mercado de dinero requiere al menos un día hábil para hacerse efectivo en la cuenta bancaria. Este detalle, que a primera vista parece un inconveniente, se transforma en un muro protector contra las estafas.
La razón es sencilla: además del plazo de liquidación, ante cualquier orden de retiro, la SAFI notifica de inmediato al titular, ya sea por mensaje de texto o por correo electrónico, y abre así una valiosísima ventana de tiempo para reaccionar en caso necesario. Esto convierte al inversionista en la primera línea de defensa. Para lograr su propósito, un estafador tendría que superar no solo la ingeniería social tradicional (llamadas o mensajes apremiantes que buscan engañar), sino también la barrera del tiempo y la alerta directa al cliente. Incluso en situaciones de violencia física –como cuando alguien es forzado a sacar dinero en un cajero–, el mecanismo resulta inútil para el delincuente.
Ahora bien, es natural que surja la pregunta: si tenemos nuestro dinero en un fondo en vez de en la cuenta, ¿cómo enfrentar los gastos diarios si el dinero no está disponible al instante? En el sistema que propongo, la respuesta está en el uso disciplinado de las tarjetas de crédito. Claro está, no todo gasto puede cubrirse de ese modo. Habrá rubros –pagos en efectivo o débitos automáticos– que requerirán mantener cierto saldo en la cuenta bancaria. La clave radica, entonces, en reducir esa exigencia solo a lo que sea verdaderamente imprescindible.
Por otra parte, también es indispensable contar con un presupuesto que permita anticipar los gastos futuros, ya fuere quincenales, mensuales o de lapsos más extensos (por ejemplo, el marchamo del vehículo).
Finalmente, como es obvio, se debe contar con una tarjeta de crédito y aperturar el fondo de inversión. Esto último implica acercarse a la SAFI correspondiente (que normalmente va a ser la misma del banco donde mantengamos nuestras cuentas y recibamos la tarjeta), para suscribir los documentos correspondientes. Por fortuna, los fondos de mercado de dinero suelen requerir de montos mínimos para la inversión inicial.
Teniendo claro todo lo anterior, el sencillo sistema a que me refiero funciona en tres fases, que se irán repitiendo cíclicamente:
1. Transferir al fondo de mercado de dinero todo el dinero que ingrese y que no sea necesario mantener en la cuenta bancaria.
2. Utilizar la tarjeta de crédito para realizar los pagos cotidianos.
3. Antes de la fecha límite, retirar del fondo la suma correspondiente y cancelar la tarjeta de contado.
Como es de suponer, este esquema exige disciplina financiera, pero el esfuerzo vale la pena. El resultado es múltiple: al poseer un mejor rendimiento y mantenerse por más tiempo bajo nuestro control, el dinero rinde más que en una cuenta a la vista. Además, se reduce la posibilidad (o al menos la magnitud) de ser víctima de fraudes bancarios, se evita el sobreendeudamiento al cancelar la tarjeta cada mes y, como una ventaja adicional, se aprovechan más los beneficios que estas ofrecen, como cash back, puntos o millas de viaje.
En tiempos en que la delincuencia digital se sofistica cada día, no podemos seguir pensando en los fondos de inversión solo como un vehículo para el retiro. Como espero haber ilustrado, también pueden ser –bien usados–, un escudo protector para nuestro presente financiero.
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Christian Hess Araya es abogado e informático.