Recuerdo que para muchos niños que me rodearon durante mi infancia, meter a una zorra con sus zorritos en un saco para darles golpes con un palo era un divertimento muy natural; lo mismo, agarrar a pedradas a un oso perezoso hasta matarlo lentamente, viéndolo arrastrarse.
Pese a ello, ya profesora, una de las cuestiones que más me costó advertir –cuando, gracias a una profesora y amiga, lo supe– y se me dificultó comprender fue el hecho de que, según me dijo, “hay estudiantes tremendamente siniestros”.
Sí, sin darme cuenta, había asumido su natural bondad hasta que la vida, con sus lecciones, y mi amiga, con sus palabras, me lo fueron mostrando.
Estudiantes que se burlan en redes de algún compañero o ponen baja calificación a un docente porque les cae mal, plagian sus trabajos o hacen falsas denuncias. Buscan, de forma decidida, causar algún daño valiéndose, precisamente, del supuesto de inocencia y de que no sentimos mucha preocupación por lo que hacen.
No son los únicos; abunda en todo lado la gente así.
Ser una persona desagradable es lo más fácil, como si saliera de forma natural; en cambio, ser tratable es muy difícil.
Al parecer, la malevolencia es algo que en nuestras sociedades se toma a la ligera. Quizá nos hemos acostumbrado a ello y, en su ausencia, más bien se siente extrañeza.
La bondad no está de moda. Una persona educada, colaborativa y benevolente despierta sospechas de ser tonta, manipuladora o falsa.
Por ello, no deberíamos descuidar el comportamiento ético, definido por la filósofa española Adela Cortina como el forjamiento del carácter hacia lo moralmente bueno.
Partiendo del concepto de lotería natural, empleado primero por John Rawls para referirse a la distribución desigual de atributos y circunstancias no elegidas, Cortina propone tomar decisiones predisponentes a favorecer nuestro temperamento o a corregirlo. Es decir, a profundizar esa lotería hacia la prudencia y la justicia, o desvincularla de la injusticia o la temeridad.
Formarse un buen carácter, según la filósofa, está en nuestras manos, y debe hacerse partiendo de una ética colectiva cuyos resultados ofrezcan mayor felicidad para cada uno.
Entrenarnos para ser mejores es algo que debe hacerse en las familias, las comunidades, las empresas y las instituciones públicas, y pasa necesariamente por ejercicios de autocrítica, pero también por la franqueza de quienes nos quieren, buscando nuestro bien.
Solo por ilustrar con un ejemplo, a los niños no deberíamos regalarles animales que estarán encerrados en una jaula o amarrados, ni complacerlos y alabarlos por todo; tampoco, golpearlos o señalarlos por su físico o manera de ser para burlarnos, ni dejarles pasar groserías con los demás como si fueran gracias.
Intentar ser buenas personas es muy trabajoso y requiere detenernos a reflexionar haciendo un hueco en nuestro tiempo y ego. Algo así como el gran vacío que la filósofa española María Zambrano creyó necesario para que la verdad pueda aposentarse.
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Isabel Gamboa Barboza es catedrática en la Escuela de Sociología de la UCR y directora del Posgrado en Estudios de la Mujer de esa universidad.
