Quizá es puramente una situación personal, pero hoy rara vez consumo una cantidad de frutas y verduras que, de chiquito, comía frecuentemente: nances, nísperos, caimitos, tacacos, guabas, zapotes, pitahayas, o guayabas con gusanitos, guineos y cuadrados. Tal vez cada uno de ustedes tendrá su lista de cosas que uno ya no ve ni come tanto. O tal vez no. Lo cierto es que muchas de estas frutas y verduras las veo apenas ocasionalmente en supermercados y ferias del agricultor. Y, cuando lo hago, me evocan no solo recuerdos personales, sino también un mundo que se fue.
Claro que, cuando uno se hace “roquemix”, los hábitos alimentarios se vuelven más rígidos. Ya uno no come de todo y a toda hora, pues el sistema digestivo está gastado. Pero no todo es un tema del ciclo de vida. Es que desaparecieron muchos de los cafetales y caminitos rurales en buena parte del Valle Central que, de ser sede de pequeños centros urbanos, pasó a asentar una ciudad-región de unos 3,3 millones de habitantes. Y con este gran cambio, todo un ecosistema desapareció.
Comíamos muchas de esas frutas cuando caminábamos o jugábamos por ahí. Como los frutales estaban a la mano, a la vera de caminos o cerca de ellos, era cuestión de subirse a un palo y saciar el gusto. Uno comía de oportunidad, pues esos árboles no estaban ahí como parte de una cadena comercial, sino para hacer “sombra” y regular la producción cafetalera. Y, por supuesto, nos aprovechábamos. Hoy, si uno todavía se topa con parajes así, hay que andarse con tiento, pues puede salir baleado o, incluso, asaltado, si el sitio está desolado. El riesgo ya no es salir “trapeado” si lo agarran comiendo guaba en cafetal ajeno.
No es fácil alimentar a una ciudad grande. Las cadenas comerciales que diariamente aseguran el abastecimiento alimentario de una urbe de millones tienen que apuntar al bulto, a los productos de consumo general. Y, para ello, deben simplificar la oferta de productos para así asegurarse una producción a la escala requerida. No es rentable traerse “puchitos” de guineo. Y esta realidad inevitablemente modifica el gusto y los hábitos de las y los consumidores, entre otras razones, porque uno no tiene tiempo para ir de súper en súper, o de feria en feria, buscando el tiempo perdido. Y los tacacos, cuando aparecen, son productos de lujo para consumo gourmet. ¡Cómo cambió un país! ¡Cómo cambió mi vida!
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.