
La pandemia aceleró la digitalización de la economía global. Según estimaciones de la OCDE, es probable que la tecnología transforme cerca de un tercio de todos los empleos en la próxima década, y el Foro Económico Mundial estima que para finales del año próximo se crearán 133 millones de nuevos trabajos en los principales mercados, en respuesta a las demandas de la cuarta revolución industrial.
Para estos empleos se precisarán trabajadores que cuenten con conocimientos y habilidades que los sistemas educativos todavía no ofrecen. La preparación de la fuerza laboral del futuro requerirá un cambio de contenidos y modos en que se enseña a los estudiantes.
Tradicionalmente, se ha considerado la reforma educativa como un proceso vertical desde arriba que comienza con los gobiernos nacionales y se ejecuta con el objetivo de mejorar los resultados institucionales, medidos por el desempeño de los alumnos.
Esta práctica está bien asentada. Hay ejemplos recientes en que la Comisión Europea recomienda ampliar el papel de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas en los currículos escolares de Bélgica y España, con propuestas para aumentar la enseñanza de habilidades digitales en Bulgaria, Portugal y los Países Bajos, y planes para reducir las desigualdades en el acceso al sistema educativo en Austria, Croacia, la República Checa y Rumanía.
Los análisis más detallados de la estrategia educativa, como el OECD Education Policy Outlook («Perspectivas sobre políticas educativas de la OCDE), monitorean el grado de avance de las reformas propuestas y brindan orientación detallada sobre aspectos específicos, como la calidad de la enseñanza y el aprendizaje, el desarrollo profesional de los profesores, el liderazgo pedagógico, la visión y expectativas de los currículos escolares y la evaluación de los estudiantes.
Sin embargo, en general, estas propuestas de reformas no se han materializado o han sido una fuente de desengaño. No han podido promover un cambio en el sistema ni producir las mejoras deseadas.
Los indicadores disponibles para los resultados del monitoreo demuestran esta falta de avance. Los resultados del Programa Internacional de Evaluación de los Estudiantes (PISA) de la OCDE, que mide el desempeño de los estudiantes de 15 años de edad de todo el mundo en las asignaturas de ciencias, matemáticas y lectura, muestran pocos cambios en los logros educativos en la última década.
Las iniciativas por modernizar el currículo mediante la inclusión de materias digitales también han sido insuficientes. Por ejemplo, un informe PISA sobre alfabetismo digital reveló que aunque el 88 % de los estudiantes de los países de la OCDE tienen acceso a un ordenador conectado a la Internet y son activos en línea, solo ligeramente algo más de la mitad de ellos dijeron haber estudiado cómo detectar la desinformación.
Esta falta de avances demuestra lo problemático que es depender demasiado de las reformas educativas administradas por los gobiernos como la única manera de mejorar el capital humano. Durante años, los gobiernos de la región han hablado de la necesidad de desarrollar economías basadas en el conocimiento, pero han hecho poco en esa dirección. Sin embargo, las iniciativas de desarrolladas por empresas u ONG, por ejemplo, pueden ofrecer maneras alternativas de elevar el rendimiento educativo, llenando así las brechas dejadas por las políticas públicas.
Los gobiernos pueden seleccionar, adaptar y ampliar enfoques novedosos y programas piloto desarrollados por esas organizaciones para, en último término, mejorar los sistemas de educación formal.
Recientemente, cuando llevamos a cabo una auditoría de estos programas en países de Europa central, quedamos sorprendidos por la cantidad, la calidad y los efectos de las iniciativas que habían sido desarrolladas por las comunidades. Algunos programas dan apoyo específico en áreas en que los sistemas educativos tradicionales no están logrando los objetivos esperados, como lenguajes, habilidades digitales o pensamiento crítico.
Otros brindan alternativas completas al sistema educativo en general, por ejemplo, en Eslovaquia, un millonario del sector inmobiliario fundó un internado llamado LEAF Academy. En la vecina República Checa, el fabricante de coches Skoda creó su propia universidad. E iniciativas como la Academia de Innovación Invendor están teniendo efectos enormes en Hungría.
La significancia de esta innovación educativa desde la base no se limita a los países poscomunistas. Incluso Finlandia, que se suele considerar un ejemplo de reforma educacional exitosa, confió en la experimentación comunitaria y programas piloto durante más de dos décadas antes de que se elevaran los más exitosos de ellos al nivel de políticas públicas.
Como con la mayoría de las iniciativas estatales, las reformas desde arriba en el sector educativo tienden a avanzar con lentitud y tener dificultades de adaptación, más allá de lo inteligente de su diseño ni lo fácil de ejecutar que puedan parecer.
En contraste, los programas de formación y la educación de base suelen ser más ágiles y estar mejor enfocados, lo que les permite generar resultados más rápidos.
No hay duda de que la mejor manera de modernizar un sistema educacional nacional es todavía una bien pensada reforma desde arriba, pero en los casos en que el avance se vea ralentizado por falta de capital político, compromiso o competencia, impulsar el cambio desde abajo puede hacer maravillas.
Miroslav Beblavy, conferencista visitante en Sciences Po, es coordinador científico de la Red Europea de Expertos en Economía de la Educación (EENEE).
Sonia Muzikarova es economista en jefe del Globsec Policy Institute.
© Project Syndicate 1995–2021