Decía Quentin Tarantino, el controvertido director cinematográfico, que no hay censura más severa que la autocensura. Posiblemente sea cierto; no son demasiados los que se atreven a padecer las consecuencias que en ciertas circunstancias puede tener el ejercicio de la libertad de expresión.
Cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos conoció de una sentencia española que condenó a los manifestantes que habían quemado la foto del rey, declaró que la libertad de expresión se extiende a informaciones e ideas que ofenden, chocan o molestan, y agregó que el reconocimiento de esa libertad forma parte de las condiciones de pluralismo, tolerancia y amplitud de miras sin las cuales no hay una sociedad democrática.
Lo recordé mientras leía sobre las manifestaciones de resistencia a las formas inhumanas que ha adoptado la persecución de migrantes y sobre la extrema violencia verbal que, entre otras cosas, esa oposición ha suscitado por parte de algunas autoridades públicas: los mataremos, fue la menos cruda de las amenazas que vociferó un airado jefe de policía. De todo lo cual deduzco que lo mismo contribuyen al sostenimiento de una sociedad democrática aquellos que manifiestan su opinión como los que no la estorban ni la impiden, pero también que la forma más insidiosa de desconocer esa libertad es crear condiciones que desalienten su ejercicio desde la raíz, gracias a la autocensura.
En una carta a un amigo, en el clima opresivo de la Florencia de su tiempo, escribió Nicolás Maquiavelo: “Desde hace un tiempo, no digo nunca lo que pienso, ni pienso nunca lo que digo, y si digo a veces la verdad, la escondí entre tantas mentiras que resulta difícil descubrirla”. Desfigurar la opinión, para que no se entienda. En una época que antecedió a la del político florentino se practicaba otra forma literaria igualmente elusiva, los diálogos, muy del gusto de los escritores de entonces que deseaban airear opiniones controvertidas e incluso peligrosas sin hacerse totalmente responsables de ellas, como explica Stephen Greenblatt en El giro.
Son estratagemas ideadas para evitar sufrir por practicar una libertad que los textos constitucionales reconocen en casi todas partes donde se postula un orden democrático. No a todos se nos da bien la proverbial entereza de Nelson Mandela: “Tuve ocasión de aprender que el valor no consiste en no tener miedo, sino en ser capaz de vencerlo”.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.