
Uno de mis mejores amigos de secundaria cumple este mes 20 años de haber muerto. Sucedió a consecuencia de un choque contra una ambulancia. Unos años más tarde, mi hermana mayor perdió su memoria inmediata durante semanas, luego de otro accidente de tránsito, esta vez contra un camión de bomberos. Tuvo suerte.
Ambos, mi hermana y mi amigo, no pudieron cederles la vía a tiempo a los carros de rescate.
Hace unas semanas estuve en el extranjero y vi a una ambulancia pasar: hizo todos los altos y pasó un semáforo en rojo solo luego de que pudo confirmar que todos los vehículos estaban detenidos.
¿Qué pasaría si la razón que hace a algunos actuar incorrectamente es el hecho de que están tratando de hacer algo bueno? ¿Qué pasa si algunos conductores abusan de su derecho de vía justamente por estar salvando vidas?
La licencia moral es un sesgo cognitivo que suele llevarnos a tener conductas problemáticas después de haber actuado correctamente. De alguna manera, el hacer algo bien se siente como tener un “crédito ético”. Algunos estudios reportan cómo las personas, luego de dar campo en carretera, somos más propensas a actuar de maneras inciviles. Me declaro culpable.
El fin justifica los medios
Como consumidora de medios, he visto repetidamente cómo algunos periodistas, ejerciendo una carrera que admiro, recurren a herramientas que rayan en el acoso con algunos entrevistados por querer “llegar a la verdad”.
Desde mi perspectiva, esto ha creado una escuela local del oficio que se acerca a una suerte de matonismo, en el que se infiere, sobre todo, la mala fe del funcionario público en todos los casos. Ser buen periodista se convierte, entonces, en ser un tipo de justiciero. Si a los humanos el hacer algo bueno nos da un crédito imaginario para portarnos mal, ¿qué licencia les dará a los superhéroes?
Digo que he sufrido este sesgo porque, por momentos, trabajando para organizaciones de derechos humanos, vi todo control administrativo como una piedra en el zapato para llegar a los resultados. Por suerte, tuve colegas que me explicaron cómo nuestra responsabilidad no era solo llegar a los resultados, sino asegurar un proceso transparente y ordenado.
Infelizmente, no tuve solo buenos ejemplos. Vi a supervisores mostrar cero respeto por el bienestar de su propio equipo. Al final, no importaba si dejábamos muertos en el camino, mientras lográramos ayudar a los beneficiarios de las iniciativas.
Esto es pura observación, pero lo he atestiguado casi exclusivamente en áreas de impacto social. No creo que represente a la mayoría de los funcionarios que trabajan en derechos humanos, pero sí creo que es un vicio que aqueja especialmente a esas áreas. Mi hipótesis es que, al igual que en el periodismo, esto ocurre justamente por la naturaleza del trabajo: el “derecho” a portarse mal que da el hacer el bien.
Y claro, están los conductores de ambulancias. Mi postura está llena de sesgos por haber perdido a mi amigo a raíz de lo que yo creo que es la licencia moral, pero temo que la cultura vial de este país, sumada a esta insignia de “salvar vidas” (excepto cuando no), ha creado una combinación peligrosa.
El valor de la forma
Como suele pasar a menudo, la primera parte de combatir malos hábitos es la admisión. Admitir que tener una idea –a veces en extremo– positiva sobre lo que hacemos puede crear consecuencias indeseables. Siento que profesionales como médicos, rescatistas, periodistas, activistas y profesionales con roles sociales harían bien en revisar continuamente los supuestos que definen cualquier acción que pueda apurar procesos, romper reglas y maltratar a personas en favor de un resultado.
Mi propio trabajo personal ha sido desvestir lo que he hecho del absurdo halo de la superioridad moral y pensar que la forma en que hago el trabajo tiene un valor en sí mismo: ser profesora universitaria puede ser irrelevante per se, pero ser una profesora que cuida del interés de sus estudiantes es una tarea valiosa.
Esto supone, también, revisar cómo vemos lo que hacen los otros (en especial, en trabajos que no son de áreas sociales) y aumentar intencionalmente el valor que le damos a cómo deciden ejecutar su trabajo. Así, pongo intencionalmente atención a las personas que cuidan a los demás, no porque ello está en los términos de su contrato, sino porque ese es el tipo de persona que quieren ser. Los resultados de mis observaciones: son muchas y están por todo lado.
Cuando se quieren interrumpir sesgos, usualmente lo que más ayuda es bajar la velocidad (hablando de las ambulancias) al tomar decisiones y revisar nuestras motivaciones. Este, por supuesto, es el trabajo de una vida completa para nosotros, humanos imperfectos.
No a toda costa
Tal vez contraintuitivamente “hacer el bien” en un trabajo, o en una situación particular, no nos hace buenas personas. Tal vez incluso nos reta moralmente de maneras únicas y nos expone a situaciones que requieren de mayor humildad y buen juicio.
Una vez, un amigo me estaba hablando de un proyecto que tenía. Yo le pregunté cuánto deseaba hacerlo realidad. Él me respondió: “Lo deseo mucho, pero no a toda costa”.
Salvar vidas está bien, pero no a costa de las de otros. Informar está bien, pero no a costa de crear una cultura periodística lamentable. Ayudar a un grupo vulnerable está bien, pero no a costa de la salud mental y física del equipo que sostiene el proyecto.
andreavasro@gmail.com
Andrea Vásquez R. es comunicadora social especializada en Inclusión y Equidad.