He preguntado a demócratas de diversas nacionalidades cuyos países dolorosamente y por “vía legal” han pasado de ser democráticos a autocráticos, ¿cómo fue que sucedió eso en sus países? La mayoría respondió: “Poco a poco, y cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde”. Alguno usó la analogía de la rana en agua que se calienta y que, sin notarlo, muere cocinada.
Por ello quiero explicarles a los costarricenses el riesgo de que un solo partido obtenga 38 diputaciones, mayoría calificada en el Congreso, la llave que permitiría obtener el control de todos los poderes de la República, perder los pesos y contrapesos que nuestras constituciones desde el siglo pasado –especialmente la Carta Magna de 1871– buscaron consolidar.
Con la mayoría calificada, una sola agrupación política podría no reelegir y, por ende, elegir a todos los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, que es la gran garante de la democracia y las libertades públicas. Y, con el control de la Corte Plena, nombrar a los magistrados del Tribunal Supremo de Elecciones, elegir al jerarca de la Contraloría General de la República, órgano llamado a resguardar los fondos públicos, lo que evita abusos en su uso y asignación, y combate así la corrupción. Podrían también llamar a una Constituyente que limite nuestros derechos fundamentales, como el de la vida, la libertad de expresión, el derecho a la propiedad privada, la presunción de inocencia, el derecho a la huelga y el paro, entre otros. No vayamos muy lejos: ese fue el manual utilizado en Nicaragua y Venezuela, entre otros.
¿Qué pensaron nuestros padres fundadores? Que esas reformas y otras se puedan hacer, pero al establecer la mayoría calificada, se impone la necesidad de acuerdos multipartidistas o, dicho de otra forma, que se requiera la aprobación de diferentes fuerzas políticas y no solo de una, lo que genera equilibrios, frenos y contrapesos.
Aun cuando estamos lejos de que pueda ocurrir, la desesperación de algunos por pedir esa mayoría debe ser una llamada de atención para prevenirla. Dichosamente, creo en la sabiduría de nuestro pueblo, en su vocación pacífica y democrática. Y les recuerdo lo que el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti nos dijo: “Ahí donde haya un costarricense, esté donde esté, habrá libertad”. No la perdamos.
nmarin@alvarezymarin.com
Nuria Marín Raventós es politóloga.