Si la posibilidad de ser un individuo libre ante la autoridad del Estado fue el emblema en el siglo XIX y parte del XX para Bakunin y su utopía de ser una sociedad donde todos fuéramos finalmente artistas, una parte de este deseo se cristaliza hoy.
Pero Bakunin no imaginó que la libertad contemporánea ya no se trata de una expresión íntima y consciente de la psique ante la sociedad, sino de un maquillaje que se consume y es formado por el mercado.
De igual manera, el arte ya no es el espíritu del gusto originado por la Ilustración, sino un simple soporte donde expresar un yo infantilizado por las autoridades subterráneas del mercadeo.
Me refiero a un yo adelgazado, esquematizado pero extendido en su necesidad de expresar y hacer “maravillas”.
¿Y qué puede pasarle a un artista entre tantos espejos donde expresar su yo si no tiene el suficiente bagaje excepto para ser un peón en aras de la divinización constante de su personalidad, un peón de su autodesignación explícita (lea a Perniola) en el afán de democratizar, multiplicar y, por supuesto, vender el arte por todos los canales posibles?
Con esto me refiero a la totalidad de las formas del arte, entre estas, la literatura, la pintura, las imágenes híbridas y la música, que han visto girar sus producciones con el mismo giro que han tenido las instituciones tradicionales, que cambiaron los horizontes estéticos hacia la delgadez que el yo del artista necesita al extender su expresión globalizada.
Una lógica del mercado que fue analizada como explotadora de las fibras humanas y que, apropiándose de los deseos de satisfacción de las personas, amplifica esa conducta hasta las regiones más sensibles de la psique, allí donde el arte guarda sus recursos y su dimensión originales.
Sumado a lo que acabo de mencionar, la desaparición de jerarquías, normas, tradiciones y reglas hace del arte un terreno fértil para que lo no artístico sea expresado como un paraíso del yo creativo, lo que conduce a una proliferación de espejos donde hay seres haciendo artes con sus yos y no siendo un medio para hacer arte.
Multiplicación de imágenes, libros, exposiciones, ferias y festivales dan cuenta de que para todos el paraíso es el testimonio de su propio yo. Videos, fotografías, textos, arte fluido de todo tipo terminan por convertirse en crónicas de un yo que adelgaza con rapidez sus recursos haciendo que su pronóstico no vaya más allá de un poco más de los diez minutos de fama. Luminarias del olvido mientras llegan las siguientes.
Los autores le huyen a la crítica; los artistas, a la confrontación. Solo hay comisarios, curadores y editores que muchas veces sufren del mismo adelgazamiento epistémico. Por lo que no hay rupturas; únicamente, degradación estética expandida por un ego necesitado de constantes recompensas.
Yo escribo, yo pinto, yo soy. Yo publico, yo participo, yo soy homenajeado. Yo soy una y otra vez en el ejercicio de consumir aprobación, placer, satisfacción y reconocimiento.
Arte borderline o, para Perniola (1988), giro fringe, que borra las fronteras entre el producto artístico y el artista, en pos de mantener el espectáculo de las novedades vivo y constante, buscando satisfacer los anhelos narcisistas de los consumidores de sí mismos, con lo que contribuyen a la embolización del arte y al populismo cultural que hoy nos canta con autotune el paraíso soy yo, el paraíso soy yo.
Del otro lado de la línea, queda el arte en silencio, el oficio sin testigos, la práctica en los días y el diseño en el conocimiento que el asombro desarrolla con la educación. Separar la paja, mezclar los colores, escoger las palabras, escribir las notas sigue necesitando tiempo y aislamiento.
La autora es filósofa.