
Sin la menor duda, contar con un Patronato Nacional de la Infancia (PANI) fortalecido, que responda a la ciudadanía de manera efectiva y eficaz, debe ser una prioridad nacional. Sin embargo, para que esto ocurra, deben darse varias condiciones.
La primera de ellas es reconocer que las políticas económicas de limitación del gasto social, sumadas a la compleja realidad que afecta a un número significativo de niños, adolescentes y sus familias, han desbordado y superado a esta institución. Ello ha provocado que muchos de sus funcionarios se encuentren en proceso de desgaste o, incluso, totalmente agotados.
La segunda condición es que el PANI, por sí solo, no puede responder a la demanda debido a su complejidad. De ahí que la coordinación interinstitucional e intersectorial sea imprescindible. Para ello, el Código de la Niñez y la Adolescencia creó un espacio denominado Consejo de la Niñez y la Adolescencia, liderado por el PANI, en el que deben estar representadas todas las instituciones públicas y algunas del sector privado que brinden atención o servicios a esta población.
El papel de este Consejo es dar respuesta a las necesidades de la población infantil, adolescente y de sus familias. Sin embargo, pese a tener todas las posibilidades de articulación interinstitucional e intersectorial, y la capacidad de generar y promover políticas públicas, su desempeño ha sido desteñido y de poco impacto.
La tercera condición es que las autoridades responsables de la conducción del PANI –la Presidencia Ejecutiva, la Junta Directiva, las Gerencias Técnica y Administrativa y las Jefaturas Regionales– deben ser profesionales de reconocida formación y trayectoria en el campo de la niñez y la adolescencia, con atestados éticos incuestionables. No deben ser personas improvisadas que llegan a ocupar cargos para los que no están preparadas ni comprometidas, una de las debilidades históricas de esta institución.
Una cuarta condición es que, al interior del PANI, debe existir una cultura organizacional y mecanismos que garanticen la capacitación especializada –nacional e internacional– de funcionarios estratégicos, quienes puedan convertirse en capacitadores, líderes e innovadores de procesos.
Paralelamente, debe ejecutarse un programa de formación continua en servicio para todos los profesionales, así como crear instancias que fomenten la investigación. Una institución que no capacita, no innova ni investiga, y cuya gestión es ineficiente, está en camino al deterioro progresivo de los servicios que brinda, y queda rezagada ante la compleja situación social, como ha venido ocurriendo.
Un ejemplo inspirador
En la historia del PANI, existen ejemplos de atención que evidencian la creatividad y el compromiso de funcionarios motivados, así como una efectiva coordinación interinstitucional y una atención integral.
En la época en que existían los centros de atención, uno de los más destacados fue el Rositer Carballo, al que ingresaban adolescentes que deambulaban por las calles, eran víctimas de abandono o agresión física, emocional o sexual; no estudiaban y se encontraban en riesgo o habían iniciado consumo de drogas.
La concepción predominante era la de una comunidad terapéutica: todos los funcionarios, desde el guarda hasta el profesional jefe, cumplían una función de modelos y habían recibido capacitación para apoyar y orientar acciones de diversa complejidad. El principio básico era que existían reglas que debían ser respetadas, y quienes se encargaban de hacerlas cumplir eran los propios adolescentes.
Para contar con recursos económicos propios, se creó una cooperativa juvenil y se contrató a un joven profesional como gerente, cuya función primordial era buscar alternativas de trabajo. Así se obtuvieron contratos para elaborar cajas para medicamentos de la CCSS, fabricar ganchos para una empresa y realizar trabajos de construcción e instalación de rejas. Para ello, el centro contaba con instructores capacitados del INA y con talleres equipados. Según las horas trabajadas, a cada adolescente se le entregaba un cupón que podía canjear por ropa, zapatos u otros artículos en la cooperativa, o invertir en actividades recreativas.
Además, el centro contaba con una tropa de scouts, que reforzaba el desarrollo de habilidades, autoestima y valores. Dado que cada adolescente tenía una historia de vida marcada por problemas severos, se conformaron grupos terapéuticos a cargo de psicólogos, en los cuales todos participaban, y se complementaba con atención individual cuando era necesario.
Finalmente, existía en el centro una pequeña escuela, con maestros pagados por el Ministerio de Educación Pública, que garantizaba que la gran mayoría concluyera la primaria y pudiera acceder a otras opciones de capacitación.
En la actualidad, otra propuesta innovadora ha sido la creación de los Centros de Intervención Temprana, conformados por equipos interdisciplinarios que desarrollan programas preventivos y ofrecen apoyo a niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo, así como a sus familias.
Estos centros utilizan metodologías lúdicas y creativas para desarrollar habilidades, ofrecer acompañamiento psicológico y psicopedagógico, y fortalecer los lazos familiares. Los beneficiarios suelen ser referidos por centros educativos ubicados en comunidades de gran vulnerabilidad social.
No cabe duda de que lo anterior demuestra que las cosas pueden hacerse mejor, siempre y cuando se den las condiciones necesarias para ello. Particularmente en este momento, en que las condiciones sociales se han deteriorado y las características de la población atendida han cambiado significativamente, se requiere más que nunca innovar en el PANI.
Uno de los cambios más importantes es la referencia, desde los juzgados, de personas menores de edad en conflicto con la ley, incluso con antecedentes de conductas violentas y consumo de drogas. Esta nueva tipología de atención no es la tradicional que atendía el PANI y, por lo tanto, demanda una respuesta liderada por esta institución, pero que debe compartirse con toda la estructura del Estado. Es imposible brindar una respuesta en solitario cuando lo que se refleja es el grave deterioro de nuestra sociedad.
Sin una intervención decidida dentro del PANI y sin apoyo político al más alto nivel, esta institución –cada vez más necesaria– va perdiendo su razón de ser original: la protección integral de la niñez, la adolescencia y la familia.
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Alberto Morales Bejarano es pediatra; fue fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños y su director durante 30 años.
