Hay una diferencia entre un general y un político. Como no tenemos generales cerca —Dios nos libre—, podríamos no percibirlo. Dice un escritor francés: a un general le quitas la guerra, que le da una razón para vivir y la energía de un muchacho, y lo dejas hecho un cascajo. Eso no le pasa a un político, o no tendría por qué pasarle: él sobrevive a sus momentos de mayor pena y mayor gloria.
El político se conserva fresco en nuestra memoria, y suele suceder que con el paso del tiempo, conforme pierden actualidad las controversias que suscita y envejecen las emociones que proyecta, el anecdotario de sus aciertos y de sus errores lo encaramos desde otra perspectiva, más justa o más relativa, en todo caso más cálida. Con el paso del tiempo, rescatamos y conservamos aquello que lo ennoblece a nuestros ojos, que lo singulariza, y estamos dispuestos, sin llamarnos a engaño, a pasar a retiro lo que pudiéramos reprocharle.
No me refiero, desde luego, a esa impostura del político que es el autócrata, el dictador, el tirano, el que ha barrido y extirpado la política y cuya materia prima es el poder mondo y lirondo.
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Nuestra benevolencia con respecto al político no es ingenua. Se da por descontado que la materia con la que él trabaja en su singular oficio obstaculiza la perfección, siempre habrá zonas oscuras, es inevitable hacer concesiones a lo ingrato. La decisión de no insistir o penetrar en ellas es deliberada, porque nuestro interés sigue la dirección contraria: el político tiene una dimensión pedagógica, puede enseñarnos caracteres estimulantes y hasta reconfortantes de lo humano.
Esto se me viene a la cabeza a propósito del centenario del natalicio del expresidente Daniel Oduber, que se celebró la semana pasada. Recordé que hubo un tiempo en el que en compañía de un amigo nos reuníamos a conversar periódicamente con don Daniel, porque teníamos el encargo de conocer sus ideas acerca de la reforma general de la Constitución y de convocar una asamblea constituyente.
El expresidente no había alcanzado los 70 años de edad, menos de los que tengo ahora, y no estaba distante la fecha de su prematura muerte. Desde su primera campaña por la presidencia, yo había reunido varias experiencias en su cercanía, algunas fundamentales para el curso de mi vida. Pero al margen de motivaciones personales, me impresionaba la potencia de su condición de político neto, ilustrado, carismático, sobrio, imaginativo y experimentado.
El autor es exmagistrado.