El mundo espera con gran preocupación la respuesta de Irán por los ataques de Estados Unidos a sus bases nucleares. Aparte de actos terroristas que cobren vidas inocentes, la amenaza mayor, por su importancia global, es el cierre del estrecho de Ormuz, por donde transita el 20% de las exportaciones petroleras del mundo. Esto, con el agravante de que incluye a Arabia Saudita, el país con las mayores reservas y con la capacidad de aumentar de inmediato su producción, lo que ayuda a compensar situaciones de volatilidad.
El cierre del Estrecho también limita el flujo al gas natural de Catar, lo que genera un faltante en ambos flujos energéticos, impacta así al alza ambos productos y, con ello, golpea seriamente la economía global.
El Parlamento iraní ya aprobó la medida de cierre y tan solo falta la aprobación del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, en tanto el Gobierno de Estados Unidos le ha pedido al Gobierno de China –que es el mayor comprador–, que interceda para que no se implemente la medida. Otros países con afectación directa serían India, Japón y Corea del Sur. Empero, el golpe por la falta de un 20% del petróleo y un alto porcentaje de gas tendría un impacto global: no solo se elevarían los precios del crudo, sino del resto de los bienes, lo que sumaría un efecto inflacionario a los ya bajos niveles de crecimiento económico global proyectados por todos los organismos económicos internacionales.
Por fortuna, a la fecha lo sucedido en Irán no ha provocado grandes cambios en el precio del petróleo, según el índice Brent. Más allá de un incremento inicial del 13%, dichosamente el precio luego se ajustó a la baja y ya tiende a estabilizarse.
Vivimos tiempos difíciles. Algunos hablan de un momento de inflexión geopolítico, con una institucionalidad debilitada. Por el bien de la humanidad, esperamos que este conflicto no escale y pueda resolverse por el bien mayor; que se pueda alcanzar la paz tanto en la región del Golfo, como en Ucrania y, por supuesto, evitarle al mundo muerte y destrucción. Que se logre frenar la escalada en gasto militar para dedicar esos recursos a mejorar la calidad de vida de los más vulnerables. Ese sería el mejor legado a las futuras generaciones y a la humanidad. Nunca es tarde para dar tal paso histórico.
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Nuria Marín Raventós es politóloga.