Los espejos son abominables porque multiplican la humanidad, aseguró el escritor argentino Jorge Luis Borges en su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. La internet parece ser hoy la reproductora de lo peor de las personas.
Además de haber hecho a millones de personas la vida mejor, más fácil y entretenida, refleja las acciones más horrendas, cuyos extremos están bien representados en algunos contenidos en la internet oscura o grupo de sitios ocultos a los que se ingresa únicamente con un navegador especializado y donde se privilegia la privacidad y el anonimato.
Las redes sociales al alcance de todos, sin embargo, no están exentas de desvíos.
En ellas, lo que se contempla alcanza para decepcionarse más de nuestra especie y también para comprenderla mejor, compadecerse y aprender.
La gente escribe en las redes por varias razones, entre las que cabe citar la búsqueda de consuelo en su soledad o por inseguridades emocionales, ganar dinero, luchar por alguna causa o atacar. A veces, todas ellas se juntan como un volcán despierto.
Bipolaridad virtual
Leo a quienes publican acerca de sus paseos, comidas, fiestas, logros, diagnósticos de salud, penurias económicas, problemas laborales y muertes.
A veces reciben a cambio empatía y solidaridad; otras, indiferencia, lo que agrava, sin duda, su malestar al buscar donde no hay nada que encontrar.
Veo su facilidad para exaltarse frente a gestos que, rápidamente, son tomados como una ofensa. También, su capacidad, igualmente veloz, de cobrar venganza inescrupulosamente.
Vivimos en tiempos en los que los ofendidos son más notorios y parecen abundar. Dicha población se insulta casi por cualquier cosa: una crítica, la ausencia de halago, un no, un sí y, sobre todo, por un mundo que se niega a ser a su medida.
¿Se trata de intolerancia a la frustración disfrazada de reivindicación política colectiva? ¿Estamos frente a egos frágiles y enormes enmascarados tras una lucha por el bien?
Establecer reglas
No hay gradación en materia de agravios que permita saber cuáles actos son más graves o cuáles deberían ser castigados ni por cuánto tiempo.
Se ha comprobado cómo un tuit desata tormentas de odio —que duran años— contra una persona por algo que dijo, iniciando una cacería sin clemencia, que pretende su destrucción.
Las denuncias en las redes sociales desempeñan un papel fundamental y contribuyen a señalar actos terribles que eran tomados como un chiste, pero también representan un peligro: si la administración de justicia se le concede, la libertad corre el riesgo de grave menoscabo y la desgracia perjudica a gente concreta, como está ocurriendo.
Me parece que como sociedad tenemos una discusión moral urgente que emprender sobre dónde debemos trazar la línea de lo inaceptable y sus sanciones, y revisar legislación vigente y aprobar nueva adaptada a los cambios impuestos por las tecnologías.
El ejercicio de la disciplina debe permanecer en manos del Estado, siempre y cuando este se mantenga dentro del sistema democrático.
Respetar las opiniones ajenas
Debemos hablar, por ejemplo, del papel de la subjetividad en el mundo de las ofensas y decidir algunos mecanismos de objetividad que eviten el perjuicio que causan el autoritarismo y la arbitrariedad de las personalidades que desean desquitarse, y para ello se valen del enorme poder que internet deja en sus manos.
Olvidar que existe un gran potencial para ofenderse entre sí sin que medie mala voluntad, dando por sentado que todo aquello que molesta es ideado para lastimar, es imprudente.
También lo es ignorar que por el mundo andan muchas personas con ánimo de hacer daño, so pretexto de defender un derecho.
La justicia en las manos de individuos o de pequeños grupos nunca ha sido aliada de las sociedades civilizadas.
Debe tenerse mayor claridad sobre lo imperdonable, lo que tiene que recibir el repudio social para que no ocurra o, en su defecto, que sea objeto de castigo.
Para frenar tales acusaciones y persecuciones distópicas que las redes sociales posibilitan, la sociedad necesita aumentar su tolerancia a las ofensas.
Empecemos por aguantar las opiniones contrarias sin armar un gran escándalo.