La pandemia de covid-19 ha inculcado muchas lecciones duras. Pero la más importante es que los brotes de enfermedades infecciosas representan un riesgo no solo para la salud pública, sino también para la seguridad global.
Al igual que la proliferación nuclear, el terrorismo y el cambio climático, la covid-19 ha demostrado que las pandemias pueden socavar rápidamente la estabilidad social y el bienestar económico.
Este punto puede parecer obvio ahora, pero antes de la crisis de la covid-19 las enfermedades infecciosas apenas se registraban en la agenda para la seguridad global.
Si van a tener éxito los esfuerzos para cambiar lo antedicho mediante el establecimiento de nuevos mecanismos de financiación y seguimiento destinados a la preparación para hacer frente a las pandemias, las medidas a medias tintas no serán suficientes.
Para evitar que se repita la historia, nuestros preparativos deben reflejar la verdadera magnitud del desafío. Debemos reconocer que las pandemias representan hoy una de las mayores (y más probables) amenazas a la seguridad global.
La prevención de futuras pandemias requerirá no solo la misma magnitud de la inversión que otras amenazas a la seguridad global, en las que se gastan rutinariamente miles de millones, sino también una manera completamente diferente de pensar sobre la seguridad global.
La pandemia representa una nueva forma de crisis globalizada, causada y exacerbada por la interconexión del mundo moderno.
La pandemia de la gripe española de hace un siglo no fue este tipo de crisis. En aquel entonces, la mayoría de las personas en todo el mundo vivían en entornos rurales menos densos y los viajes internacionales eran mucho más lentos y eran realizados por solo una pequeña fracción de la población.
Sin embargo, en el período 2008-2009 fuimos testigos de algo similar a lo que ocurre hoy día: en dicho momento, las economías caían como fichas de dominó.
Esa fue la primera crisis globalizada de este siglo, y ahora nos estamos enfrentando a lo que será la crisis definitoria del siglo: el cambio climático.
El común denominador en cada caso de crisis global es el hecho de que la crisis exige soluciones que ningún gobierno individual puede proporcionar por sí solo.
Una enfermedad infecciosa no se puede combatir con las tradicionales contramedidas de seguridad, como, por ejemplo, sanciones económicas, diplomacia bilateral, disuasión o posturas militares.
Por el contrario, una enfermedad infecciosa exige colaboración científica, sistemas de salud con resiliencia e inversiones a largo plazo en redes sanitarias globales.
Las demostraciones de fuerza y los actos unilaterales de autoconservación nacional son inútiles. La colaboración global, el multilateralismo estratégico y la compasión transnacional son la única salida a este tipo de desastres.
A juzgar por la distribución mundial actual de las vacunas contra el virus SARS-CoV-2, aún no hemos logrado ensamblar la respuesta que se necesita. El coronavirus sigue ganando, y la falta de coordinación mundial es la razón principal.
En lugar de encontrar formas de trabajar juntos con la mirada puesta en soluciones comunes frente a una crisis sin precedentes, los gobiernos clave siguen anteponiendo sus intereses nacionales, a expensas de la respuesta global que necesitamos.
La solución global al problema de la distribución de vacunas es el Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas contra la covid-19 (Mecanismo Covax) establecido el año pasado.
Al garantizar un acceso equitativo a las vacunas para las personas de los países más pobres, el Covax no solo está salvando millones de vidas y protegiendo a cientos de millones más, sino también ofreciendo el mejor camino para la recuperación.
Incluso desde un punto de vista estrictamente económico, el Covax es mucho más rentable que cualquier forma de estímulo fiscal o monetario.
En la actualidad se producen más de 1.500 millones de dosis de vacunas al mes, una hazaña asombrosa menos de un año después de que se aprobara la primera vacuna, y cuando apenas han transcurrido 18 meses desde el comienzo de la pandemia.
Se prevé que a finales de este año se produzcan más de 12.000 millones de dosis. Sin embargo, a pesar de que dicha cantidad es suficiente para vacunar a todos los adultos del planeta, todavía estamos muy lejos de hacerlo, porque la distribución es muy desigual.
Sorprendentemente, solo el 3,1 % de todas las personas que reúnen los requisitos para ser vacunadas en los países de bajos ingresos han recibido, en promedio, una dosis en comparación con más del 71,1 % de las personas en los países de altos ingresos.
Esta disparidad es tanto moralmente incorrecta como peligrosamente miope. La prolongación de la pandemia, en última instancia, conlleva perjuicios para todos, ya que se permite que surjan más oportunidades para que el virus genere nuevas variantes.
Este fracaso no se corregirá hasta que los gobiernos comiencen a actuar a escala global. Si bien más de 190 países apoyan al mecanismo Covax, muchos gobiernos están luchando por encontrar el equilibrio entre proteger a sus propias poblaciones y actuar de una manera en la que se atiendan los intereses de todos en materia de salud mundial y de recuperación económica.
Se necesita ensamblar una respuesta genuinamente global para lograr dos objetivos: poner fin a esta crisis y evitar la siguiente. No es solo la salud de las personas lo que está en juego. Como ha demostrado la covid-19, las pandemias pueden empujar a millones de personas a la pobreza e imponen restricciones sin precedentes a su movilidad.
Tales condiciones pueden subvertir incluso a los países tradicionalmente estables, al aumentar la amenaza de polarización política, disturbios civiles y violencia. Cuanto más tiempo dure la crisis, mayor será esta amenaza.
Las crisis globalizadas requieren que globalicemos recursos críticos, en el caso actual, el recurso por globalizar son las vacunas.
Los gobiernos del G20 tienen el poder para liderar el camino, poniendo fin al acaparamiento de vacunas y a las prohibiciones de exportación que han impedido el suministro y la donación de más dosis a Covax. Pero, por urgentes que sean tales medidas, en su mayoría son soluciones parche, es decir, soluciones a una crisis dentro de una crisis.
Para evitar que se repita la covid-19, necesitamos mecanismos de preparación para hacer frente a una pandemia que sean más amplios y que se construyan en torno al modelo de recursos globalizados del cual el mecanismo Covax ha sido pionero.
No podemos esperar hasta que el próximo brote ya se haya convertido en una amenaza para la seguridad mundial. En ese momento, será demasiado tarde.
José Manuel Barroso, expresidente de la Comisión Europea y ex primer ministro de Portugal (2002-2004), es presidente de Gavi, la Alianza de Vacunas.
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