Es poco frecuente que un líder mundial ofrezca disculpas abiertamente por haber actuado tarde y mal mientras desempeñó un cargo público. Sin embargo, eso fue lo que hizo António Guterres, ex primer ministro de Portugal y actual secretario general de las Naciones Unidas.
Guterres se disculpó públicamente el pasado 26 de junio, durante el Foro de la Juventud y la Innovación, celebrado en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, en Portugal.
Pidió perdón por el estado actual del océano con las siguientes palabras: “En mi generación, los que tuvimos responsabilidades políticas, como es mi caso, fuimos lentos, o a veces no quisimos reconocer que las cosas estaban empeorando”.
Además sentenció: “Tendremos que revertirlo todo: las decisiones políticas, las decisiones económicas y los comportamientos individuales”. Para conseguirlo, prosiguió, se deben asumir responsabilidades generacionales que van mucho más allá de los líderes políticos.
Tradicionalmente, las responsabilidades generacionales se entienden como la obligación que tienen los adultos para con los jóvenes de dejar en herencia un planeta más sano, una sociedad más equitativa y un sistema económico más eficiente.
Sin embargo, la disculpa pública del secretario general se ampara en una concepción distinta. Las responsabilidades generacionales no se heredan; son, en realidad, una tarea colectiva que se tiene que cumplir aquí y ahora, y todo el mundo debe poner de su parte.
A mi juicio, la disculpa también incluye una llamada de atención a los líderes políticos y económicos que gobiernan el presente: para frenar la “emergencia oceánica” hay que trabajar en equipo y con una actitud altruista.
Fracaso colectivo
Llevamos décadas ensuciando el mar con plástico, emisiones de dióxido de carbono, propaganda verde y greenwashing (blanqueo ecológico). Como resultado, algunos estudios sugieren que el océano ha absorbido el 30% de las emisiones de dióxido de carbono producidas por la actividad humana y el 90% del exceso de calor.
Nuestra situación individual no es menos preocupante: los seres humanos alojamos microplásticos y nanoplásticos en los órganos internos. Por transferencia trófica, estos componentes llegan a nuestro organismo a través de la sal marina, las algas comestibles, el pescado y los mariscos. Estas partículas diminutas también colonizan nuestro cuerpo con el simple acto de respirar la brisa del mar.
Para colmo de males, nuestro insaciable apetito por adquirir vehículos eléctricos, computadoras y celulares de última generación le da una razón aparentemente lógica a la industria minera —y a las grandes empresas tecnológicas que parecen escudarse en ella— para excavar el fondo marino en busca de minerales y tierras raras.
Greenpeace llama al relato de los lobbies mineros “la excusa tecnológica”, y nos lanza a nosotros, los consumidores, la pregunta de si es necesario destruir el fondo del mar para fabricar un celular.
Aunque la Cumbre de las Naciones Unidas no zanjó la cuestión de si es seguro para el planeta otorgar licencias de extracción a la industria minera, algunos países, como el nuestro, apoyaron una moratoria hasta no contar con evidencia científica sólida que apoye esa actividad.
Mientras tanto, en las calles de Lisboa, la sociedad civil se manifestó con lemas como “leave it on the ground” (déjalo en el suelo, o mejor dicho, en el fondo del mar) y pancartas gigantes con la expresión británica “all mouth no trousers”, que en Costa Rica equivale al conocido “mucho ring ring y nada de helados”.
Hay soluciones
A pesar de que la ciencia climática no siempre encuentra eco en la política pública y en los objetivos corporativos, hay opciones de alto impacto en marcha para frenar el deterioro del océano.
En lo que respecta a la descarbonización del transporte marítimo, el mérito de comenzar por alguna parte se lo lleva Dinamarca. La naviera Maersk trabaja actualmente en la fabricación de motores de biometanol y electrometanol con el fin de propulsar sus barcos en altamar.
Durante algunos años, Maersk ha debido confrontar la famosa disyuntiva de qué va primero, si el huevo o la gallina.
Así lo explica Morten Bo Christiansen, su vicepresidente de descarbonización, a la revista Time: “Nadie fabricaba buques verdes porque no había combustible verde disponible y nadie producía ese combustible porque no había barcos para quemarlo. Con esto (los nuevos motores) intentamos romper esa dinámica”.
Si bien el proyecto de motores de biocombustibles de Maersk por ahora solo involucra al 2% de su flota y no reduce a cero las emisiones de dióxido de carbono, indica el camino que hay que tomar para revertir el daño en el ecosistema oceánico.
Mediante la ampliación del Parque Nacional Isla del Coco y el Área Marina de Manejo del Bicentenario, Costa Rica también pone sobre la mesa una solución necesaria para frenar la pérdida de biodiversidad marina.
Aunque esta acción nos ha valido el reconocimiento internacional, obliga a cambiar radicalmente nuestro modelo de gobernanza pública. Ni todo lo que viene del anterior gobierno es malo, ni los logros se obtienen en cuatro años. En lo que se refiere a la conservación del océano, el actual gobierno participa de lleno en una carrera de relevos como segundo corredor.
En este tipo de carreras, el primer corredor transporta la estafeta (también llamada testigo) lo más velozmente posible y a lo largo de una distancia determinada hasta encontrarse con el segundo atleta en la zona de transferencia.
El segundo corredor emplea toda su fuerza para entregar la estafeta al tercero, que suele ser el mejor atleta en curvas. El cuarto y último corredor, igual de fuerte que el segundo, tiene la responsabilidad y el privilegio de llegar a la meta. Ninguna carrera de relevos se gana en solitario.
Esta es la estafeta que tiene entre manos la administración actual: continuar la segunda etapa del compromiso internacional que hemos asumido en materia de biodiversidad marina y entregar en cuatro años, al próximo gobierno y a la ciudadanía, el mejor resultado individual posible.
La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.
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