
El mundo atraviesa un momento de “policrisis geopolítica”, con guerras que no terminan, rivalidades entre potencias, economías frágiles y crisis climáticas cada vez más intensas.
A diferencia de épocas anteriores, hoy no hay un poder claro que ordene el sistema internacional. Vivimos en un escenario multipolar y desordenado, donde los conflictos se retroalimentan y las instituciones globales se ven debilitadas.
En este contexto, América Latina no es una excepción. La región se ha convertido en un laboratorio de extremos. Gobiernos que llegan con grandes promesas de transformación, pero enfrentan crisis fiscales e institucionales; líderes populistas que capitalizan la frustración ciudadana, y democracias que tambalean frente a la desconfianza, la corrupción y la violencia organizada.
En casi todos los países, los presidentes gobiernan con legitimidad menguante. Lula en Brasil, Petro en Colombia, Boric en Chile o Milei en Argentina, enfrentan la misma paradoja: mucho ruido político, pero pocos resultados concretos. El péndulo ideológico oscila entre izquierda y derecha, pero no logra resolver las demandas estructurales de igualdad, seguridad y sostenibilidad.
Mientras tanto, proyectos más autoritarios avanzan en nombre de la “seguridad”. El ejemplo más visible es Nayib Bukele en El Salvador, quien goza de altísima popularidad mientras erosiona contrapesos democráticos. Nicaragua y Venezuela ya transitaron ese camino hace tiempo.
Esta tensión entre orden y libertad se repite en buena parte de la región. El riesgo es que las democracias se vacíen de legitimidad mientras crecen la violencia organizada, las migraciones masivas y los conflictos socioambientales.
La violencia vinculada al narcotráfico en Ecuador o México, las olas migratorias desde Venezuela y Centroamérica, y la apuesta por expandir la frontera extractiva (minería, hidrocarburos, monocultivos) marcan la agenda política. América Latina responde a la crisis global refugiándose en recetas de corto plazo, muchas veces a costa de su capital natural y de sus comunidades.
¿Y Costa Rica?
Nuestro país suele proyectarse como excepción democrática y verde. Sin embargo, hoy afronta cuestionamientos políticos profundos: confrontaciones entre poderes, debilitamiento institucional, polarización en redes sociales y un ataque creciente al sector ambiental, con recortes, presiones sobre áreas protegidas y tensiones en la gestión de recursos naturales. La imagen internacional de “oasis verde” contrasta con una realidad más frágil y compleja.
El Tao, una filosofía china milenaria que enseña a buscar armonía en el fluir natural de la vida y en el equilibrio de los opuestos, nos recuerda que el equilibrio no está en aferrarse a un extremo, sino en reconocer la interdependencia de las polaridades: luz y sombra, fuerza y suavidad, progreso y conservación.
Aplicado a la política, esto implica superar la lógica de “todo o nada”, ni el autoritarismo que sacrifica libertades, ni el progresismo que promete más de lo que puede cumplir, y buscar un camino del medio, pragmático y coherente.
Para Costa Rica, como para la región, el desafío es encontrar balance en medio de los desafíos:
- La fragmentación global puede reducir el acceso a cooperación internacional y financiamiento climático, que hoy son esenciales para sostener la conservación y la transición energética.
- La tensión entre potencias obliga a diversificar alianzas y mercados, sin depender excesivamente de un solo socio.
- El descontento ciudadano que recorre la región también se siente aquí: demandas por seguridad, costo de vida y corrupción ponen presión sobre nuestras instituciones.
El Tao enseña que la armonía no se alcanza negando la tensión, sino habitándola con sabiduría. Costa Rica debe leer las señales. En un mundo inestable, su mejor defensa es profundizar la democracia, blindar la institucionalidad y reafirmar su apuesta verde como motor económico y diplomático.
Al mismo tiempo, necesita fortalecer su resiliencia social: seguridad, educación, innovación y equidad no pueden quedar rezagadas.
En tiempos de policrisis, la neutralidad activa y la coherencia entre discurso y acción pueden marcar la diferencia.
Costa Rica, con todas sus contradicciones, todavía puede demostrar que es posible construir un modelo donde la democracia se renueve, la economía florezca sin destruir la naturaleza y las comunidades se fortalezcan en lugar de fracturarse.
El camino del Tao nos recuerda que en medio de la crisis también habita la semilla de la transformación. Dependerá de nosotros elegir si cultivamos miedo y división, o si sembramos confianza y equilibrio para un futuro más justo y sostenible.
aimee_lb@yahoo.com
Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.
