Llega al gobierno un economista que, por su trayectoria y, sobre todo, por su conocimiento de las economías asiáticas, sabe que las experiencias exitosas de desarrollo no son las que se han inspirado en el neoliberalismo, sino las que a la par de un vigoroso sector privado han dado un papel decisivo al activismo gubernamental y a un aparato público eficiente.
En Costa Rica, mucho del debate —cuando las fake news no se habían apoderado de la narrativa política y menos hasta los extremos que hemos visto en los últimos cuatro años— se centraba en una confrontación del dogmatismo neoliberal ofrecido por los partidos tradicionales versus las propuestas eclécticas, basadas en la historia, la realidad y el estudio de casos exitosos a escala mundial.
Ese debate, afectado por los simplismos del binarismo y las pinceladas iniciales de una cultura de la cancelación, ha obstaculizado el encuentro de las síntesis que deben prevalecer en la democracia.
Los que queríamos un eclecticismo fundamentado éramos acusados de socialistas o chavistas, mientras que una parte del progresismo se ha saciado con un lenguaje divisivo antiempresariado o afirmaciones falsas, como que los neoliberales han querido llevarse el agua, regalar la isla del Coco y privatizar la educación y la CCSS.
Para bien de la humanidad, las energías neoliberales están menguadas, lo cual, en nuestro país, debería facilitar políticas fundadas, por una parte, en el estudio, la información y los datos, y, por la otra, en la búsqueda de resultados y no en la fidelidad con la que se aplican recetarios. El gobierno saliente ha dado pasos de gigante en esa dirección, los cuales espero sean consolidados y profundizados por el gobierno de Rodrigo Chaves.
Reformas mixtas
La promoción del neoliberalismo ha perdido fuerza por varias razones. Primero, su incapacidad, a pesar de lo prometido (¡y no me refiero a trabajadores sustituyendo bicicletas por BMW!), para hacer que nuestros países den el salto a tasas de crecimiento sostenidas del 6 o el 7%, lo cual es necesario para eliminar el desempleo, reducir la pobreza y fortalecer la clase media.
Segundo, el éxito de China con reformas mixtas de mercado, impulsadas desde el gobierno de Deng Xiaoping, donde a la par de amplios espacios a la empresa privada ha sobrevivido un intenso y dirigido proteccionismo, la práctica de escoger champions y un Estado empresario.
Esto, en contraste con el fracaso de la Rusia postsoviética, que sí adoptó al pie de la letra el recetario de las privatizaciones y las liberalizaciones.
China, al igual que Japón, la República de Corea y Taiwán, debe su enorme éxito no a pesar de, sino debido a políticas distorsionadoras de las fuerzas del mercado, cada vez que ha sido necesario para materializar sus objetivos de desarrollo.
Utilizando las palabras de Xiaoping, la obsesión de esos países no ha sido con el color del gato, sino con su capacidad para cazar ratas, mientras que la obsesión del neoliberalismo —y del socialismo— ha sido con el color del gato (la ortodoxia del mercado y la predominancia del Estado, respectivamente), no con los resultados en términos de industrialización y desarrollo.
La mano visible del Estado
Tercero, el neoliberalismo también ha perdido su ímpetu, porque los políticos y economistas de los países que lo impulsaron e impusieron en el mundo, cada vez que se les permitió, reaccionaron tanto a la crisis económica del 2008 como a la causada por la covid-19, con una fuerte expansión del intervencionismo del Estado, por medio de nacionalizaciones, subsidios, políticas activas monetaristas proempleo e incrementos masivos en el gasto público.
Lejos de respetar las sacrosantas fuerzas del mercado y permitir que la mano invisible hiciera su trabajo, las economías avanzadas prefirieron confiar en la mano visible del Estado para el manejo macro y microeconómico de esas crisis.
Cuarto, las derechas más prominentes del mundo, las que desde el púlpito de la iglesia neoliberal mundial inspiraban a los neoliberales latinoamericanos, llámese thatcherismo o reaganismo, hoy abrazan grados crecientes de proteccionismo.
No son los laboristas ingleses ni los demócratas en Estados Unidos los que retroceden en materia de libre comercio, sino, precisamente, los partidos de Thatcher y Reagan.
Neointervencionismo
Quinto, el consenso mundial en materia de lucha contra el calentamiento global conlleva políticas que, lejos de adherirse a la prédica sobre la superioridad de los mercados operando por la libre, comulgan plenamente con distorsiones a algunos mercados y con intervenciones de diverso grado por parte de entes estatales.
Finalmente, en casos como el de Costa Rica, cada vez que se defiende la importancia de las zonas francas y los privilegios fiscales otorgados a empresas seleccionadas por la tecnocracia, se está aceptando que el mercado no se basta para dirigir la economía y la selección de champions.
El éxito, en términos de diversificación de destinos y productos exportados, no es entonces reflejo de una estrategia neoliberal, sino de la eficacia del intervencionismo.
El debilitamiento del neoliberalismo es bueno para un país como Costa Rica, porque ahora habrá más espacio para los diálogos basados en el razonamiento lógico y los conocimientos, y menos para las descalificaciones y los simplismos.
Sin embargo, antes de que quienes nos identificamos con los modelos económicos eclécticos de Escandinavia, Japón, China, Taiwán y la República de Corea celebremos la partida del neoliberalismo y la llegada del neointervencionismo, es necesario poner las barbas en remojo en relación con la eficiencia y la productividad del aparato público.
Evitar errores del pasado
Nada hacemos con un Estado protagonista en lo legal, pero que no materializa los objetivos que conceptualmente justifican su existencia; nada hacemos con políticas económicas y sociales, si se ejecutan con niveles astronómicos de ineficiencia e ineficacia; nada hacemos con sistemas educativos y de salud pública bien financiados, si no prestan servicios de manera que faciliten la movilidad social; nada hacemos con un sector público proactivo, si la tramitomanía, la falta de transparencia, las carencias éticas y la impunidad no son eliminadas de raíz; en fin, nada hacemos con un Estado social de derecho, si está al servicio de intereses creados y contaminado con prácticas enemigas de la competitividad de la economía, de la sostenibilidad, de la reducción de la pobreza y de la ampliación de la clase media.
En esa lucha para que el aparato público mejore sustancialmente su eficiencia y eficacia, somos los que creemos en un papel preponderante del Estado en el proceso de desarrollo los que tenemos las mayores responsabilidades y una obligación especial.
Moralmente somos los primeros llamados a abrir nuestros oídos a las propuestas de cambio pro eficiencia y eficacia, y a aceptarlas.
Un neoliberal no sudaría por la ineficiencia del Estado, pues ese efecto demostrativo facilitaría el avance de su agenda; un socialista tampoco se preocuparía, pues en su paradigma se aceleraría la crisis, se agudizarían las contradicciones y se facilitaría la revolución.
Somos los que realmente creemos en el papel vital del Estado como medio (no como fin) y en las políticas públicas para el crecimiento económico y para el desarrollo social los llamados a ser factores positivos y animadores de los procesos requeridos para que el neointervencionismo no reproduzca los errores del pasado.
El autor es economista.