Un tipo tocó a la presidenta de México en plena calle. Abusó de ella procurando besarla y agarrarle un seno. Como lo habría hecho con cualquier otra mujer en un espacio público, y como de hecho lo hizo con otra ese mismo día. Poco después lo apresaron y ahora alega que andaba sin su medicación. ¡Sí, cómo no! La culpa es de una pastilla.
El señor ese es uno más de los millones que en todo el mundo se sienten con el derecho de abusar sexualmente de una mujer. La presidenta puso una denuncia penal, como no podía ser de otra manera. Haber dejado pasar el incidente como cosa menor hubiese sido nefasto. Era normalizarlo. Declaró que si a ella le pasaba eso en plena vía pública, podía colegirse entonces la amenaza que los abusadores representan para el resto de las mujeres en ese país.
Más allá de México, muchas personas se pronunciaron denunciando el incidente como expresión de la cultura de violencia machista. Violencia, por cierto, de la cual el abuso sexual es una forma específica, pero que incluye una amplia gama de otras acciones que van desde la violencia psicológica y patrimonial hasta el femicidio. En el caso de una mujer política, además de la violencia a la que, como cualquier hombre, está expuesta por ser una figura pública (amenazas contra su vida y dignidad), se le agrega el abuso sexual, que es raro verlo contra sus contrapartes masculinas.
Siempre me he puesto pensar si mis dos nietas, niñitas aún, que están siendo criadas para ser mujeres autónomas y fuertes, tendrán que pasar por algún calvario de estos. Y me da miedo solo pensarlo. Espero que nunca les toque, pero debo admitir la probabilidad nada trivial de que les ocurra. Y, como muchos especialistas lo señalan todos los días, combatir este machismo tóxico es como enfrentarse a la mítica hidra, monstruo de mil cabezas de la mitología griega. Hay que hacerlo en el hogar, en la escuela, en el trabajo.
Lo que más me llamó la atención del incidente fue otra cosa. En cuanto ocurrió, alguna gente, influencers y hasta analistas, esparcieron la duda de si todo no habría sido un puro teatro. Algunos dijeron que bien se lo merecía por vieja necia. Es la conspiración que introduce la duda; crea mundos paralelos y enaltece la falta de empatía. Y muchos compran el ruido. ¡Qué tirada! Tengo críticas a la presidenta de México, pero eso es otra cosa y para otro momento. Fue inadmisible lo que vivió.
vargascullell@icloud.com
Jorge Vargas Cullell es sociólogo.