Según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, un niño nacido hoy en Costa Rica pasará 16,3 años de su vida en instituciones educativas. Pero ¿cuánto aprenderá realmente en ese tiempo? Esa es la pregunta que ha comenzado a redefinir la medición del capital humano.
El Banco Mundial calcula lo que se conoce como los “años de escolaridad esperados ajustados por aprendizaje”, que no se limita a contar años en el sistema educativo, sino que ajusta esa cifra por los aprendizajes obtenidos. El resultado: mientras que un joven costarricense puede esperar estar 12,5 años en la primaria y secundaria, esos años de enseñanza equivalen a solo 8,6 años de aprendizaje si se comparan con lo que aprende un estudiante promedio en países como Finlandia o Singapur.
Estamos por debajo incluso de Chile (9,6) y Ecuador (8,9). Este rezago tiene consecuencias. Según el Índice de Capital Humano del Banco Mundial, un niño nacido hoy en Costa Rica alcanzará apenas el 62% de su potencial productivo si se compara con un niño que tuviera una educación de calidad completa y salud plena. Nos ubica en la posición 57 a nivel global, y deja claro que los retos no están tanto en la cobertura –que no hay que descuidar– ni en la salud infantil –donde tenemos buenos indicadores, pero con recientes señales de desmejora– sino en la calidad de la educación. El capital humano, entendido como el conocimiento, las habilidades y la salud que una persona acumula a lo largo de su vida, es uno de los principales motores del crecimiento económico. Numerosos estudios han demostrado que las habilidades cognitivas –más que los años de escolaridad– son el factor que mejor predice el crecimiento sostenido de un país.
Pero en Costa Rica seguimos atrapados en una narrativa que celebra los años pasados en el sistema educativo sin mirar con suficiente rigor lo que se aprende. Y aunque el país cuenta con diagnósticos sólidos, como los de PISA o los informes del Estado de la Educación, las políticas públicas parecen seguir desconectadas de la evidencia. Si Costa Rica quiere seguir apostando por su capital humano como ventaja competitiva, no basta con llevar a los niños a la escuela: necesitamos asegurarnos de que salgan de ella sabiendo.
Andrés Fernández Arauz es economista.