
El país en una imagen
Deben estar en la ciudad. San José, Cartago o alguna otra. Es temprano, tipo 7:30 a. m., pues los negocios aún están cerrados. La niña, con paso apurado, necesita dar tres zancadas para alcanzar dos de su padre. Hay algo en el ritmo quieto de la imagen que transmite alegría plena, espontánea. Y cómo no; le encomendaron al papá una misión especial: ser el guardián de una tula electoral.
En esos casi 16 kilogramos que carga a la espalda, van materiales indispensables para llevar a cabo una elección: papeletas, lapiceros, padrón electoral, actas de apertura y cierre, hojas de incidencias y formularios para registrar a los votantes. Pocas instantáneas transmiten mejor el patriotismo. Lo sepa o no, ese señor es un héroe de la democracia.
Cada dos años —para elecciones nacionales o municipales—, el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) confía a cientos de voluntarios la custodia de las tulas durante algunos días. Quienes se las llevan a casa son los presidentes de mesa, designados por el Tribunal. El domingo de los comicios, tienen el deber de entregarlas intactas, con el sello especial, en el centro de votación, donde su apertura se hace bajo la mirada de los demás integrantes de la junta.
¿Le explicará el padre de la foto todo esto a su hija? ¿O conversarán más bien sobre la escuela, el almuerzo o sus caricaturas favoritas?
Síntoma de nuestros tiempos, en 2022 trascendió un video en el cual una persona en un vehículo filmó e increpó a un guardián de tula que iba solo por la calle, hacia su casa, tras recibir aquel privilegio. El conductor le espetó: “¿Eso es una tula? ¿Por qué la lleva así, caballero, sin escolta? ¿Dónde está su escolta? Yo tengo que llamar a la Policía, usted no puede andar así”. Le ganó quizás el desconocimiento o la desinformación de las redes sociales, pero ese cuidador del proceso electoral iba acompañado por la tradición y la historia de Costa Rica: iba protagonizando lo que el TSE llama la “ciudadanización del proceso”. Es una imagen perfectamente normal. De hecho, el Tribunal no tiene registros de robos a guardianes de tulas.
En la postal del padre y la niña, la custodia tiene un aire aún más bello: la tula va escoltada por la curiosidad infantil de quien tal vez pregunta: “¿Yo puedo votar el domingo, papi?”, o bien: “¿Qué vamos a hacer más tarde?”.
Las democracias no son invencibles
La democracia no es un don divino ni una verdad asegurada. No existe un chaleco antibalas que la proteja. Su permanencia depende de algo mucho más frágil: una cultura ciudadana que la considere valiosa, con conciencia de sus imperfecciones pero también de sus virtudes.
Para cuidarla, antes se necesita querer defenderla. Y para querer defenderla, hay que comprenderla. La democracia supone aceptar diferencias, confrontarlas y, al mismo tiempo, orientarlas hacia un bien común. Se nutre de lo mejor de actores diversos que aprenden a edificar sobre la base de un sistema de pesos y contrapesos con diálogo, discusión, conflicto creador y acuerdos.
Es un sistema imperfecto. Puede ser lento para alcanzar consensos, aprobar reformas, adaptarse al presente o, más difícil aún, anticipar a tiempo el futuro y sus tecnologías transformadoras. Y, sin embargo, allí donde logra consolidarse, los niveles de bienestar social, desarrollo humano, libertades civiles, transparencia y alternancia del poder son incomparablemente más altos. Fue ese entramado —junto con una historia propia— lo que hizo de Costa Rica una isla democrática en una región sacudida por dictaduras y guerras civiles.
Las alternativas son las democracias imperfectas, los regímenes híbridos y los regímenes autoritarios —tomando como base la categorización que hace The Economist en su Índice de Democracia—.
Desde hace un par de lustros, el mundo vive una recesión democrática, como lo ha señalado la revista británica. Estamos en el punto histórico más bajo de su indicador, una herramienta creada en 2006 que clasifica el nivel democrático de 167 países a través de la evaluación de 60 sub-indicadores agrupados en cinco categorías: proceso electoral, pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación y cultura política.
Aunque se mantiene en una posición sana —“democracia imperfecta”—, Costa Rica no escapa de la tendencia-antidemocrática-caldo-de-cultivo del populismo y sus vocaciones autoritarias. Ya es habitual que políticos usen mentiras y retóricas importadas de líderes exteriores, colocándose como salvadores en relatos maniqueos que dividen al país entre “los buenos” y “los malos”, entre el “status quo” y los “reformadores” —cuando lo usual es que no reformen nada porque les basta con pulir su discurso, no sus acciones, para obtener réditos—.
Los populismos no inventan nada. Siguen un libreto que la periodista y escritora turca, Ece Temelkuran, describió fenomenalmente en Cómo perder un país: Los siete pasos que van de la democracia a la dictadura.
Al final, comprender esto es comprender también que un sistema imperfecto sigue siendo mucho mejor que cualquier alternativa autoritaria. Y que para llegar a ese convencimiento se necesita educación, espíritu crítico y, sobre todo, carácter.
A menudo, en conversaciones en privado, he escuchado a políticos, diplomáticos y empresarios lamentar lo que consideran una erosión preocupante de nuestra democracia. Pero en público suelen callar. Es comprensible –temor a represalias, cálculo político–, pero la defensa de la democracia también exige coraje. Y, en ocasiones, sacrificio.
Esa defensa empieza con la participación. Salir a votar cada dos años como culminación de la campaña cívica que empieza hoy. Celebrar que nuestras elecciones son una fiesta libre, organizada por uno de los órganos electorales más sólidos del planeta, capaz de producir escenas como esa: un padre caminando feliz junto a su hija mientras resguarda, sin escolta, lo más valioso que se le puede confiar a un ciudadano. Esa fotografía es, en sí misma, un tributo al país que tenemos. Ojalá sepamos atesorarla.
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Fabrice Le Lous es el director de ‘La Nación’. Como periodista, entre 2013 y 2018, al igual que muchos otros comunicadores, contribuyó a documentar la muerte de la democracia en Nicaragua y la consolidación de una dictadura acusada de crímenes de lesa humanidad.