El próximo canciller navegará en un mar encrespado y ojalá el país no pierda el rumbo que nos ha distinguido como líder mundial en materia de derechos humanos, ambiente, paz, desarme y defensa del orden internacional. Que una cosa es haber sido líder de una gremial patronal con la tarea primordial de defender intereses sectoriales y otra, ser ministro de relaciones exteriores de una pequeña república que enfrenta retos existenciales.
Para Costa Rica, país sin ejército, la defensa de las normas que configuran el derecho internacional es un asunto de seguridad nacional. Y parte de esas normas son las organizaciones multilaterales, foros y garantes de la pluralidad de regímenes que establecen nuestras obligaciones como Estado miembro de la comunidad internacional. Como nuestra propia supervivencia depende de que esas organizaciones tengan vigencia, debemos actuar en concierto con otros Estados para enfrentar a quienes buscan dinamitar la convivencia pacífica internacional. Las acciones unilaterales no nos funcionan.
Aquí es donde entra en la ecuación el carácter tricéfalo de nuestro aparato institucional de política exterior. En efecto, la política exterior comercial está en manos del Ministerio de Comercio Exterior (Comex). El Ministerio de Ambiente (Minae) es, por otra parte, un actor importante en la política exterior ambiental. Y, finalmente, la diplomacia está en manos de la Cancillería, con la responsabilidad de amplificar la influencia de Costa Rica en los grandes temas que animan nuestra política exterior, vista en su conjunto.
Esa configuración institucional implica manejar una inevitable tensión que, bien enfrentada, puede ser muy fructífera, pero que mal resuelta puede traer malos resultados. Me explico: Si las competencias técnicas de estas instituciones se complementan, esa interacción nos da gran presencia y consistencia en los foros internacionales. Empero, si priman los pleitos, el resultado será un país con posiciones erráticas y contradictorias. Y no estamos para eso.
Nuestro país tiene intereses propios: ni es peón de nadie, ni su diplomacia debe ser comparsa de los intereses comerciales, ni los asuntos ambientales deben relegarse. El equilibrio resultante depende, en mucho, de la figura del próximo canciller, de su destreza, solemnidad y seriedad. Los angloparlantes tienen una palabra para eso: su gravitas.
vargascullell@icloud.com
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.