El jueves aplaudí otra vez la columna semanal, tan llena de chispa y de necesaria verdad crítica, del sociólogo Jorge Vargas Cullell. Con los vientos alisios, se observa un fenómeno tan conocido como curioso: “Llegó la hora de aflojar (…). Esta pérdida de intensidad, aderezada con el aguinaldo y el ‘espíritu navideño’ (así, entre comillas), nos lleva a despapayarnos” (La Nación, 8/12/22). Expresivo costarriqueñismo utilizado por Jorge. Gracias, siempre por su crónica.
Pese al jolgorio aparentemente general, este diciembre, como en los anteriores, la precariedad laboral, los problemas económicos y la incertidumbre siguen siendo apremiantes. Pero dichosos los que se cubren con una especie de velo colectivo, en el último mes del año, mucho champú, espuma y engaño también.
En los ánimos locales, para contrarrestar el frío, el “pura vida” sube tan artificial como gregario, omnipresente pero vacío de contenido. Agradable al oído, la fórmula no puede resultar pareja con “plena vida” o mejor “vida plena”. Vendría bien algo de brisa en busca de lo espiritual, mas no confundirlo con lo espirituoso.
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Mes de vacaciones y comercio
La misma educación contribuye a esa atmósfera etérea, al entrar tantos, desde principio de mes prácticamente, en largas vacaciones; el comercio, en diciembre, hace su agosto, y los medios de comunicación terminan de llenar la bandeja. Se nos va parte del año en ese anhelo bastante etéreo.
Ese mucho ruido y pocas nueces del mes de diciembre que el colega detecta todos los años pesa, por artificioso, lleno de globitos; revientan y dejan un hueco. Ilusiones creadas y mantenidas este año con mayor razón con la futbolera. A mi entender, el deporte solo existe entre un equipo de once jugadores contra otro, también de once.
No se preocupen, también he jugado fútbol, cómo no. Ignoro el porqué de la magia en ese número, en tal circunstancia, pero otra vez se sintió una hiperintoxicación colectiva como la que por aquí fácilmente se observa en el resto, fuera de esos once que, ganen o pierden, sí se sudan la camiseta.
¡Cómo no! Hay que cuidar el esqueleto, pero no frente al televisor; por ello, compadezco al chofer que una noche de estas me llevó de retorno a casa. Para cubrir tantos compromisos e ilusiones, el pobre llevaba 16 horas manejando.
Tantos otros también se esmeran, trabajando duro, igual en diciembre. Hace un año, en estos días, fui operado exitosamente y todavía agradezco tanto la destreza profesional de mi médica como la del personal todo, en el nosocomio. Aparte de resistencia física, demuestran un conjunto de valores y metas ejemplares. ¡Les debo mi salud, mi vida!
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Navidad es un saco donde cabe todo
Diciembre conlleva contrastes enormes; un gran sector de la clase media, por arte de magia, a principio de mes, recibe una transferencia abultada, sin ninguna deducción. Ese decimotercer mes muchos costarricenses lo interpretan como único, cuando, al contrario, es una medida social vigente en muchos países. Solo que abramos los ojos: muchos en nuestro entorno no tienen ese privilegio.
En diciembre, con mayor razón, a diario veo amorosamente un programita en mi fono que me certifica cuando he caminado 4,7 kilómetros, en buena compañía, además. Otro día, prácticamente, la misma cantidad, sin prisa, pero sin pausa, sin ejercicios coercitivos.
El último mes del año, sin embargo, también se ha ido llenando con todo tipo de actividades que poco o nada tienen que ver con la idea ancestral de un mes de advenir, del latín ad (a, hacia) y venire (verbo llegar), de un nacimiento especial. Giro copernicano, pero con demasiado circo y poco pan.
Otro ejemplo de desborde: leo que durante el mes de diciembre una empresa organizará una maratónica llamada Zaguatón Navideño, que pretende recolectar la mayor cantidad de alimentos, pues al mes gastan más de 22 toneladas de comida para perro.
Me asiste empatía con los perros, desde luego, entre otros contra la pólvora, pero ¿desde cuándo los canes también celebran la Navidad, con mayúscula y todo?
Perro mundo. Tienen razón los italianos de expresarse así: mondo cane. Saco roto. Navidad no puede ser una nomenclatura donde quepa todo y más.
El autor es educador.
