
¿Ha sido Costa Rica un país con un desarrollo político diferente en el contexto latinoamericano?
En 1857, el chileno Francisco Solano Astaburuaga identificó a nuestro país como “una excepción entre sus [repúblicas] hermanas” y destacó sus “hábitos industriosos y su sobriedad de costumbres”, su “amor patrio” y su compromiso con la paz, “fuente perenne del engrandecimiento, prosperidad y bienestar de las naciones”.
Solano no fue el primer extranjero en destacar esa diferencia, ni sería el último. Al contrario, la “relativa” paz del país se destacó desde la década de 1830 en el exterior y hacia finales del siglo XIX esa característica (junto con otras) fue asumida por estadistas, políticos, intelectuales, maestros, obreros y campesinos para destacar a su nación.
Es cierto que la ideología nacionalista que impulsó la popularización de esas características borró los movimientos políticos y sociales, así como las coyunturas que ponían en cuestionamiento la idea del paraíso. No obstante, no se puede negar que el país sí destacaba frente a sus vecinos.
Origen liberal
Cuando se emancipó en 1821, Costa Rica era una provincia colonial marginal. Si se considera el esquema explicativo de Daron Acemoglu y James A. Robinson con respecto al desarrollo de instituciones democráticas, esa marginalidad hizo que el dominio imperial español fuera muy endeble en este territorio.
Por eso, los intereses institucionales y económicos por los que se podían enfrentar fracciones de las élites en la coyuntura de la independencia eran muy escasos. El Estado nació liberal, es decir, se edificó sobre las nuevas bases político-institucionales inspiradas en el siglo de las luces.
Costa Rica vivió la primera ola democrática occidental directamente, pues, a falta de estructuras de explotación directa como las que la época colonial había consolidado en otras partes de América Latina y por la escasez de mano de obra, la élite cafetalera debió abrirse políticamente y permitir una sostenida inclusión popular democrática.
El resultado de esta inclusión política, como lo reveló Iván Molina, fue el ensanchamiento del padrón electoral y la promoción de la competencia política que se incrementó después de 1902.
Hacia 1910, las elecciones ya habían logrado insertarse en el discurso de la identidad nacional costarricense como una parte fundamental de la expresión de su particularidad, al lado de las etiquetas de país ordenado, trabajador y pacífico.
Inevitablemente, como consecuencia del desarrollo electoral, el gasto público se elevó en educación, salud y obras públicas. Durante el final del siglo XIX y las primeras décadas del XX, se llevó adelante una reforma educativa que produjo una amplia alfabetización popular y el desarrollo de políticas de salud.
Inclusión social
Para inicios de la década de 1940, la administración de Rafael Ángel Calderón Guardia llevó adelante una reforma social cuya meta era darle un contenido social a la democracia costarricense.
Desde luego, este desarrollo no estuvo ausente de tropiezos, versiones locales de autoritarismo y desgarres sociales (la dictadura de Tinoco, la violencia de la década de 1940, la guerra civil de 1948, la represión a los movimientos sociales), pero la continuidad en los proyectos políticos nunca se interrumpió del todo.
Así, después de la guerra civil de 1948, un nuevo grupo de profesionales llegó al poder, pero no detuvo el desarrollo social, sino que más bien profundizó las reformas democráticas que se venían acumulando desde el final del siglo XIX.
Durante la Guerra Fría, el país se alineó con Estados Unidos. Los comunistas fueron reprimidos y su partido quedó ilegalizado hasta 1976, pero las crisis que se vivieron no llevaron al país a una vorágine que legitimara dictaduras, aparatos militares represivos, golpes de Estado, o a presenciar masacres legitimadas oficialmente.
La institucionalidad producida por el Estado liberacionista (1953-1978) impactó directamente a la clase media costarricense, la fortificó y la hizo crecer.
Ese Estado también se convirtió en empleador, pues requería maestros, profesores, ingenieros, médicos, técnicos y otras profesiones que se volvieron indispensables para que la cosa pública funcionara y para que los servicios públicos se extendieran a lo largo del territorio nacional.
Por otro lado, por eso mismo la deuda externa creció de forma galopante, de manera que cuando llegó la crisis en 1980, el país se desplomó y, para salir de ese hueco, se desarrollaron reformas (los Programas de Ajuste Estructural, o PAE), las cuales llevaron a una transformación de la economía y a su apertura al mercado global.
En ese marco, Costa Rica ingresó en la segunda globalización mundial, afirmó su dependencia de Estados Unidos y consolidó un modelo económico centrado en el turismo y en la producción de microchips, instrumentos médicos y productos como la piña o el café gourmet.
Crisis política
Pero los cambios coincidieron con una crisis de identidades políticas que comenzó en 1998.
Si se dejan de lado las elecciones presidenciales de 1953, el abstencionismo electoral se había mantenido por debajo de 20%, pero comenzó a subir en la década de 1990; ya en el 2006 rozó el 40% del padrón electoral, para alcanzar su mayor puntaje en la segunda ronda electoral del 2022 cuando llegó a 43,06%.
Así, el presidente electo en esa segunda ronda ganó con el 52,8% de los votos emitidos, lo que representaba apenas el 29,5% del padrón electoral. En ese contexto se construyeron más y más dudas sobre la identidad nacional, el pasado y el futuro del país.
Todo eso sirve para constatar que el país llegó a nueva crítica coyuntura política y social en el presente. Pero explicar esta situación y cómo repercutirá en el futuro inmediato implica otro artículo.
david.diaz@ucr.ac.cr
David Díaz Arias es profesor catedrático de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica (UCR).