¿Te has preguntado alguna vez cuántas veces en la vida has dado realmente las gracias?, escribe Delphine de Vigan al comienzo de Las gratitudes. No las gracias protocolarias, corteses, mecánicas, profesionales, esas que se dan día a día a cada paso; no hablo de esas, sino de las que expresan sinceramente nuestra gratitud, las gracias profundas que reconocen la existencia de una deuda.
Me parece que lo hacemos rara vez, si acaso, o que podemos conducirnos por la vida empobrecidos porque no lo hacemos nunca. Lo peor es que cuando queremos reparar la omisión, es por lo general demasiado tarde: sucede frecuentemente que aquellos que, lo sepan o no, son acreedores a nuestra gratitud, se han alejado o, lo peor, se han ido para siempre; ya no están con nosotros. Mientras lo podíamos hacer, no nos dimos cuenta cabal de que había motivos de gratitud, o si lo advertimos, preferimos el pudor o la timidez; eso si no nos abstuvimos por temor a la cursilería o simplemente por desaprensión o inconsciencia.
Hoy, suelo pasar revista a mis propios deberes de gratitud. Comencé por advertir que, en casi todos los casos, he fallado porque he callado. No obstante, últimamente se han combinado circunstancias que me han ayudado a salir del mutismo. Aquí, entre nos, reconozco que todo comenzó con el hecho de que ella, antes de irse, me dio una última lección: me enseñó que dar las gracias tiene consecuencias, como también las tiene no darlas: yo me entiendo.
Dar las gracias, ¿a quién? Si lo pienso, hay tantos con los que he contraído deudas. Ya no digamos quienes me trajeron al mundo y proveyeron generosamente a mi bienestar. En mi caso, además, la viejecita de casi noventa años que nos guio con esmero a mi hermano y a mí cuando éramos niños, la estupenda maestra de primeras letras que me abrió la puerta al mundo de los libros, o aquellos que me ofrecieron más adelante inesperadas oportunidades para aprender y crecer.
Además, ¿de qué manera pagar lo que debemos? Las palabras no siempre son pertinentes, o se quedan cortas. En ocasiones, son más apropiadas las actitudes. Como ejemplifica la escritora francesa: “¿Estuve a su lado cuando me necesitó, le hice compañía, fui constante?”.
Dar las gracias humaniza, enriquece la experiencia de vida, la remoza y la trasciende.
carguedasr@dpilegal.com
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.