
Nuestra sociedad ha tenido una larga y dolorosa lucha en búsqueda del reconocimiento de sus derechos humanos, y de ello presumimos, pero si no protegemos estos logros, puede haber retrocesos.
En los últimos años, algunas personas líderes han confundido autoritarismo con carácter y arrogancia, y así han buscado responder a una pequeña parte de la sociedad que celebra y enaltece los discursos populistas, que solo alimentan división y ciegan al pueblo. En medio de este escenario, toman a la juventud como figura decorativa de sus discursos, pero nunca como protagonista de su propio destino.
No quiero aceptar una sociedad patriarcal que premia la agresividad como si fuera liderazgo. Esa lógica normaliza a figuras políticas que intimidan, ofenden y simplifican los problemas reduciéndolos a expresiones como “comerse la bronca”, al tiempo que se presentan como modelos para quienes damos los primeros pasos en la vida adulta.
No quiero que la fuerza sea excusa para la soberbia, ni que la política sea un mecanismo de control que se impone a partir del miedo y del odio. Replico las palabras de Paulo Freire: “La juventud no debe ser adiestrada para la obediencia, sino educada para la transformación.”
No quiero aceptar a una ciudadanía que vota sin analizar las candidaturas, arrastrada por el enojo, la decepción o el cansancio. Nuestro futuro no puede depender de promesas vacías e idolatría política; el país no merece decisiones adoptadas de forma irreflexiva y carente de responsabilidad.
No quiero candidatos que ignoren nuestras preocupaciones o las minimicen porque, supuestamente, no sabemos lo que es mejor. Nos creen ignorantes o que no comprendemos, pero ¡¿cómo hacerlo cuando el sistema educativo nos puso a memorizar fechas y datos en lugar de darnos herramientas suficientes para adquirir comprensión lectora?! Mucho menos nos enseñó a pensar críticamente sobre el contexto político, ni nos facilitó la comprensión de la historia para evitar que esta se repita.
No quiero aceptar que nuestra voz sea subestimada con discursos que atacan y desvalorizan. Es absurdo exigirnos responsabilidad cuando se nos excluye del debate. Tenemos suficiente peso en el padrón electoral y seremos quienes enfrentaremos por más tiempo las consecuencias de las decisiones que se tomen.
No quiero aceptar una sociedad así. Quiero una donde el sistema educativo nos forme para que informarse sea norma, donde votar sea un acto consciente y donde la juventud sea escuchada sin burlas ni condescendencia. Porque nuestra voz y nuestro voto sí importan y son los que decidirán esta elección.
Daniella Bianchini Sánchez es estudiante de Relaciones Públicas en la UCR.