Por la cantidad de artículos, libros, tesis, publicaciones periodísticas, menciones en las redes sociales y espacios de radio y televisión dedicados a hablar sobre el futuro en los últimos 18 meses, para muchos analistas la prospectiva está de vuelta como disciplina que nutre la toma de decisiones en la formulación de políticas públicas, es decir, para la planificación a largo plazo.
A lo largo de la historia de la humanidad, las poscrisis han tenido la particularidad de traer a la agenda la preocupación por el futuro. Algunas veces, este interés desaparece a los pocos años; sin embargo, en otras, se traduce en cambios significativos en la geopolítica, la economía, la convivencia entre los seres humanos, por citar algunos ámbitos de la vida.
Basta con recordar el impulso del Estado a la economía luego de la depresión de 1929, la formulación del Plan Marshall después de la Segunda Guerra Mundial y la Declaración de los Derechos Humanos y el nacimiento de la ONU en 1948 y 1945, respectivamente, así como la transformación del concepto de seguridad aeroportuaria después del 2001 y las reformas en los sistemas de gestión de riesgo de inversiones después del 2008.
La prospectiva como pensamiento y diseño de futuros no es algo nuevo en la presente coyuntura. La novedad en cada uno de los ejemplos es cuál es la dinámica de la sociedad en ese momento, y ello es determinante para valorar la forma como nos relacionamos con el mañana.
Seguir igual o cambiar. Hoy estamos frente a una sociedad que vive lo que el periodista y columnista del The New York Times Thomas L. Friedman llama la aceleración total de los principales motores del cambio y la transformación de la sociedad: globalización, tecnología y demografía.
Pero aun así, muchos esperan sobrevivir a la coyuntura pandémica y pospandémica que vivimos para retornar a diversas prácticas y formas de producción que teníamos; otros, en cambio, ven una gran oportunidad de transformación.
Llevar a cabo procesos de reflexión sobre el futuro en la práctica real con los actores sociales, pese a que se considera una actividad de mucha trascendencia, es todo un desafío metodológico y emocional para las personas facilitadoras.
Como decía el máximo representante de la planificación en América Latina, Carlos Matus, la planificación para los políticos lamentablemente no es esencial ni indispensable, solo posible y conveniente.
Una de las barreas o resistencia que encuentran los prospectivistas, en el momento de animar procesos de construcción de escenarios del futuro y planificación a largo plazo, es que las personas consideran que el porvenir nadie lo sabe y, por tanto, no es posible aportar evidencia de que un cambio conducirá a un mejor resultado.
Lo dicho tiene una gran verdad, pero también un estereotipo que debe superarse en aras de construir un futuro mejor. Es sorprendente todo lo que podemos saber del futuro por las señales que se nos presentan en el presente y por las huellas que quedan del pasado. La mejor muestra es el patrón de comportamiento humano poscrisis que relataba al comienzo de este artículo.
Certezas. La primera cosa que sabemos con certeza proviene de una de las genialidades de Einstein, cuando, a la pregunta qué piensa del futuro, respondió que del futuro lo que se sabe es «que llegará».
La segunda certeza fue planteada por uno de los padres de la prospectiva francesa, Michel Godet, quien dice que ese futuro efectivamente va a llegar, y lo hará «con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros».
Una tercera certidumbre la agrega el filósofo de la acción, el francés Maurice Blondel, que «el futuro no se predice sino que se construye»; entonces empezamos a tomar conciencia de cuánto sabemos y cuánto nos es posible definir nuestro futuro.
Vistas estas tres certezas, el acercamiento al futuro, como plantea el voluntarismo ortodoxo, se da de tres maneras: azar, necesidad o voluntad. Con el azar nos jugamos la vida en la ruleta, y pensamos que la suerte llevará al crecimiento y desarrollo de la empresa o el país.
Con la necesidad es cuando ya vamos tarde, es decir, ya se creó la carencia por falta de anticipación o por ignorancia o incapacidad material. Dice el dicho que cuando algo es urgente ya es tarde.
En lo referente a salud personal, por ejemplo, los especialistas aseguran que el cuerpo humano comienza a mostrar síntomas de cansancio y agotamiento, pero las personas lo ignoran tomando pastillas u otras cosas. Un día el sistema colapsa y aparece una enfermedad que requiere atención urgente; ya es muy tarde, incluso a veces irreversible. Igual un país o una organización.
Por último, tenemos la voluntad, esto es, asumir con compromiso y visión a largo plazo lo que queremos que suceda en el futuro. ¿Cuál es el país, la empresa, la familia, la cooperativa, la ONG, la vida que quiere construir en el futuro? Entonces, la voluntad lleva a un ajuste fundamental en la forma de pensar en el porvenir. Ya no es cómo será el futuro, sino cómo queremos que sea.
¿Cómo actuar metodológicamente para responder a una pregunta como esta última? Lo primero es creer en que el futuro está en nuestras manos, que nuestras decisiones moldean los acontecimientos que vendrán, que habrá situaciones que no dependen de nuestra voluntad, pero sí de nosotros qué tan preparados estemos para enfrentarlas.
La segunda es pensar diferente y animarse a mirar lejos; construir una visión del futuro que queremos. Esa imagen debe responder, desde luego, a lo que somos (nuestra razón de ser) y, como plantea el prospectivista de los años setenta Joel Barker, deberá ser positiva y alentadora, realista pero retadora, construida por líderes.
La tercera procede del compromiso con la ejecutoria, la determinación y la disciplina para hacer sacrificios a corto plazo. La claridad para orientar el proceso de alineación de las actividades de la empresa o los programas del país con esa visión, la cual se constituye en el faro y la brújula para avanzar hacia un futuro sin perder el rumbo.
Mencioné al principio del artículo que las poscrisis han sido el espacio temporal para el impulso del pensamiento en el futuro; hoy tenemos la esperanza de que esa parte de la historia se repita e inculquemos en nuestra forma de pensar el atributo de mirar más lejos, más profundo, de actuar de manera diferente, dada la evidencia de que como lo hemos venido haciendo ha dado resultados que no nos satisfacen como sociedad, como empresa, como familia e incluso como personas.
Debemos hacer del pensamiento a largo plazo un hábito; claro está, sin perder de vista el presente donde estemos y el pasado de donde venimos.
El autor es profesor en la UNA y la UCR.