En un orden global civilizado, una nación merece el respeto de las otras, aun cuando las concepciones políticas de sus respectivos gobernantes sean radicalmente distintas. Sin embargo, evidentemente, los países cuyos gobiernos tienen mayor afinidad ideológica mantendrán una relación más cercana y se ayudarán con más frecuencia.
Entre muchos otros ejemplos, figuran la ayuda multimillonaria que la Unión Soviética le daba a Cuba y, más recientemente, la de Venezuela a Nicaragua.
Cualquiera que hubiera sido el gobierno en Costa Rica, en la administración de Donald Trump, no habrían sido fáciles las relaciones con Estados Unidos por la manera de pensar y de actuar que tuvo este.
La situación cambió radicalmente tras la elección de Joe Biden. Su reiterado propósito de hacer un enorme esfuerzo para vacunar pronto a la mayoría de la población de su país, con el fin de combatir la covid-19; su determinación de solucionar el difícil problema de la migración de miles de latinoamericanos provenientes, especialmente, de Guatemala, Honduras y El Salvador; sus planes de tomar acciones que beneficien el medioambiente en su país y el resto del mundo; su afán de reactivar la economía estadounidense, ayudando a los más pobres; los planes para mejorar la infraestructura de esa nación y de dotarla de servicios médicos que cubran a todos sus habitantes; y su intención de financiar los gastos que esas acciones causen gravando a las compañías y a las personas más adineradas, que además han visto sus fortunas incrementarse enormemente en el último año, ciertamente cuentan con la aprobación de quienes han integrado la clase política costarricense, independientemente de las diferencias que puedan existir entre los presidentes que nos han gobernado.
Coincidencias. Costa Rica guarda mucha afinidad con el pensamiento del actual mandatario de Estados Unidos: tenemos un sistema institucional fuerte, por el que somos reconocidos como una de las democracias más sólidas de América Latina.
En lo que respecta al medioambiente, nuestro país logró en el 2019 —y lo ha mantenido en los años siguientes— satisfacer el 99 % de sus necesidades energéticas con fuentes renovables.
Somos una de las poquísimas naciones del mundo cuya masa boscosa, en los últimos años, no se ha reducido, sino que ha aumentado. La reforma social de los años cuarenta, mantenida y reforzada por los gobiernos posteriores hizo posible que nuestro país cuente con un sistema de salud pública, lo que el actual gobierno de los Estados Unidos trata de implantar.
Desde la promulgación de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, en el 2018, Costa Rica ha hecho grandes esfuerzos para ordenar sus finanzas; con ese fin, suscribió un convenio con el Fondo Monetario Internacional, que las personas responsables esperamos se confirme con la promulgación de la legislación correspondiente.
Hemos sido generosos al recibir a ciudadanos de distintos lugares de Latinoamérica cuando las condiciones políticas de sus países los han obligado a migrar.
Dedicamos gran parte de nuestros recursos en el campo de la seguridad a combatir el tráfico de drogas, no solamente por sus efectos nefastos en nuestro país, sino, también, para evitar que fluyan hacia el norte.
Es cierto que Estados Unidos nos ayuda en esa lucha, pero también lo es que los resultados logrados por nuestro país son mucho mejores que los de otras naciones vecinas, que también enfrentan este problema y reciben ayuda externa. Recientemente, la Asamblea Legislativa aprobó la incorporación de Costa Rica a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Integrar a Costa Rica. Estados Unidos ha manifestado su propósito de ayudar a los países que integran el triángulo norte, por ser estos de donde proviene la mayoría de los migrantes que pretenden ser recibidos por esa nación norteamericana.
Debemos ver ese esfuerzo con satisfacción, porque beneficiará a tres naciones hermanas. Sin embargo, es inevitable que pensemos que la ayuda no debe circunscribirse a ese pequeño bloque.
Lo diré claramente: Guatemala, Honduras y El Salvador son un dolor de cabeza para los Estados Unidos; Nicaragua también lo es en muchos sentidos. En cambio, nuestro país, que no le causa problemas y, por el contrario, le ayuda a resolver los suyos, recibe poca atención.
Sé que Costa Rica tiene amigos cercanos al Partido Demócrata y al actual gobierno estadounidense. Me parece, entonces, que es necesario que el Poder Ejecutivo prepare un planteamiento basado en las ideas anteriores y enriquecido por hechos puntuales y por el pensamiento de quienes conocen de estos asuntos para que formule la petición de que nos ayude a resolver cuestiones concretas, especialmente las causadas por la pandemia.
El autor es exvicepresidente de la República.