En Costa Rica, estamos viviendo una importante transformación en el mercado laboral, cultural y demográfico, que exige cambios en muchas instituciones públicas y sociales. Hoy vivimos en medio de una alta migración, con una nueva sociedad que es cada vez más multicultural y multirracial. Muchas costumbres ancestrales se están perdiendo debido, en gran parte, a los fenómenos migratorios en el mundo. Y Costa Rica no es la excepción.
La falta de oportunidades de trabajo bien remunerado junto a la violencia, las desigualdades, las crisis económicas, los conflictos armados, la corrupción, el debilitamiento del Estado de derecho, la escasez de recursos, la discriminación y otros factores sociales, políticos y económicos de muchos países hermanos, están produciendo migraciones, que, en muchos casos por su estatus, trabajan en la informalidad.
Cada vez se vuelven más complejos los problemas migratorios a nivel mundial y nosotros no estamos libres de esa nueva realidad. Países como Venezuela, de donde han salido millones de habitantes por la falta de oportunidades y de libertad, y por el autoritarismo y la desesperanza, son un ejemplo. A diario vemos con tristeza a decenas de familias venezolanas pidiendo ayuda en nuestras calles. Son familias que corren el riesgo de quedarse estancadas en Costa Rica, sin recursos ni esperanza, ante las estrictas medidas impuestas por el presidente Trump.
Ya Panamá está cerrándoles la frontera a quienes atraviesen el Darién o quieran ingresar sin papeles en su ruta hacia Estados Unidos. Iguales medidas debemos aplicar nosotros a migraciones del sur que van de tránsito. Debemos tener claro que el cierre drástico de la frontera estadounidense tendrá consecuencias serias para las poblaciones de muchos países y que nosotros nos veremos afectados indirectamente, por lo que urge tomar medidas precautorias.
Los nicaragüenses
Costa Rica siempre ha sido una nación receptora de migrantes atraídos por nuestra paz, estabilidad, economía, servicios públicos, respeto a los derechos humanos, seguridad y servicios sociales.
Tenemos una población migratoria que supera el 10% de los habitantes del país; la mayoría, nicaragüenses que vienen a Costa Rica en busca de nuevas oportunidades de trabajo, mejor educación y salud, principalmente. Nicaragüenses que apoyan nuestra economía en áreas como servicios, construcción, servicios domésticos y agricultura. Nicaragüenses que son claves para nuestro crecimiento económico y que, de forma ordenada, requieren también formalizarse y pagar las cargas sociales que fija nuestra legislación, para así darles sostenibilidad a nuestras instituciones.
Nuestro esfuerzo debe concentrarse en darles un mejor nivel educativo, en especial en primaria, y también en salud y vivienda. La migración nicaragüense a Costa Rica ha sido un flujo constante a lo largo de la historia, debido, en gran parte, a la compleja situación política de esa nación, los desastres naturales que ha sufrido y sus problemas socioeconómicos.
Los nicaragüenses son y serán la colonia más importante de migrantes aquí, y nuestro deber es ser siempre solidarios, desterrando toda conducta xenofóbica.
Lo que no debemos fomentar es que los migrantes, en general, sean contratados sin cubrir sus derechos laborales. No podemos precarizar el trabajo de una población que está creciendo y, que cada vez más, tiene presencia en hospitales, escuelas y colegios.
Se trata de una migración que debe ser analizada con gran cuidado para evitar los graves problemas que tienen otros países hermanos. Bien haría el gobierno en establecer reglas estrictas y en imponer mayores controles físicos y tecnológicos para evitar que ingresen personas en tránsito o que soliciten la residencia sin antes habérseles hecho un análisis completo de sus antecedentes y capacidades.
Bien haríamos en estar midiendo también su impacto en el mercado laboral, para evitar que se produzca una sobreoferta de mano de obra que termine desplazando a la local. También es importante analizar el crecimiento de asentamientos irregulares y la marginación de algunos grupos de migrantes, que puede derivar en focos de violencia.
Y nos toca estar atentos al cierre de las fronteras de Estados Unidos y a las repatriaciones de migrantes, junto con las repercusiones sociales y económicas que estas medidas generarán en los países de origen de estas personas.
Fortalecer controles
Cada vez adquieren más importancia la profesionalización, la tecnología y recursos de la Dirección General de Migración y Extranjería. Hoy, con tecnologías como el reconocimiento biométrico y avances como la inteligencia artificial, sumado esto al apoyo de países hermanos, se puede lograr mayor control de los migrantes. Ante fronteras tan permeables como las que tenemos, se requieren más drones, vehículos y recursos humanos bien preparados para vigilar los movimientos, no solo migratorios, sino de trasiego de drogas, personas, armas y químico.
Es urgente que los procesos burocráticos se acorten y las marañas de trámites se reduzcan. Regularizar los emigrantes nos permitirá incorporarlos y tener mayores controles para integrarlos y capacitarlos. El reto migratorio es complejo y debe ser motivo de nuevos análisis, especialmente con la infiltración de drogas y la violencia inherente a esta.
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Jorge Woodbridge es ingeniero.
