
Costa Rica ha sido el líder en atracción de inversión extranjera en América Latina. No por casualidad encabezó, en 2021 y 2022, el Greenfield FDI Performance Index, un indicador que ajusta la inversión según el tamaño de cada economía. Fuimos un caso de éxito. Pero ese caso exitoso empieza a mostrar debilidades. En 2023 retrocedimos en el ranking y, más recientemente, la salida de la planta de ensamblaje y prueba de microprocesadores de Intel encendió una señal de alarma. ¿Qué estamos haciendo mal?
Conviene recordar que el ingreso de Intel al país, en 1997, transformó la matriz exportadora e inició una estrategia de largo plazo. Pasamos de exportar bienes agrícolas y productos industriales livianos a consolidar un hub de dispositivos médicos, servicios empresariales y tecnología de punta. Hoy, más de 500 empresas operan bajo el régimen de zonas francas, generan empleo para casi 200.000 personas, que producen 14% del PIB nacional. Ningún otro país de la región ha dado un salto estructural de esta magnitud.
El anuncio de Intel me duele profundamente. Me correspondió, junto con un grupo de empresarios, profesionales y académicos, liderar el cambio de estrategia económica del país a inicios de los años 80, desde Cinde, institución pionera y ejemplo en el continente. Fui quien encabezó el equipo que impulsó el primer esfuerzo sistemático de Costa Rica por atraer inversiones extranjeras directas a nuestro territorio.
También me correspondió ser testigo, desde un puesto en el gabinete, de los enormes esfuerzos que se realizaron para que Costa Rica fuera seleccionada como destino de una importante inversión de Intel a finales de los años 90.
En 2019, los servicios de transformación (ensamblaje) de Costa Rica alcanzaban los $114 millones. Cuando Intel reabrió sus operaciones de ensamblaje y prueba en el país, esas exportaciones aumentaron a un promedio anual de $750 millones, o sea representó un incremento de más de $600 millones por año.
Entre 1998 y 2015, Intel aportaba aproximadamente entre el 0,3% y el 0,9 % del PIB nacional.
Entre 2020 y 2023, Intel invirtió cerca de $1.500 millones, lo que representó una suma récord. Además, en 2023 se anunció un nuevo plan de reinversiones para los siguientes dos años por $1.200 millones.
Además, debemos recordar que la llegada de Intel a Costa Rica se convirtió en el imán que atrajo otras inversiones de alta tecnología, lo cual permitió que nuestro país se consolidara como un importante centro de producción y exportación de dispositivos médicos, ampliamente reconocido como un ejemplo a nivel continental.
Tras la mala noticia de la salida de Intel, también se conoció que otra empresa de semiconductores (Qorvo) anunció recientemente su salida del país. Para cerrar esta trágica breve historia, la empresa Pfizer –que tiene más de 60 años de presencia en Costa Rica– comunicó que se encuentra en proceso de reevaluar sus operaciones locales.
En total, se van a perder más de 1.000 empleos y cerca de $800 millones de exportaciones.
La salida de la planta de ensamblaje de Intel representa, sin duda, un retroceso muy importante en las cifras de comercio exterior de Costa Rica.
Se está erosionando el motor más dinámico de la economía costarricense, el que generaba empleos de calidad, encadenamientos y progreso. La salida de Intel no es solo el cierre de una planta. Es una advertencia. La política económica no puede seguir como se ha manejado, ajena a la realidad que vive el país. Es de la mayor urgencia revertir la apreciación cambiaria. Costa Rica necesita recuperar su norte. Y rápido.
Durante meses, varios analistas económicos hemos señalado que una política económica deficiente por parte del gobierno podría entorpecer el proceso de alto crecimiento impulsado por el alero de la alta tecnología. La caída del tipo de cambio, el aumento de la inseguridad, y la falta de visión en los programas educativos de colegios técnicos y casas de enseñanza superior son factores que incidieron en las tristes noticias de días pasados.
Se ha encendido una luz de alerta de color amarilla. Si no se corrige el rumbo del manejo económico, esa luz podría pasar a color rojo.
El gobierno está en la obligación de dar una respuesta a los costarricenses sobre cómo piensa ajustar el manejo de la política económica, para evitar que experiencias como las que estamos empezando a vivir se generalicen a otras empresas clave para el desarrollo del país.
Fernando Naranjo es economista y asesor económico. Se desempeñó como ministro de Hacienda (1986-1989).