El 10 de agosto el presidente Rodrigo Chaves prácticamente anunció el final de la “pandemia” en Costa Rica. Lo hizo en dos actos, ambos indirectos en la realidad, pero muy directos en su imaginario personal.
Primero, por recomendación de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE), anunció la firma del decreto en que se levantaba el estado de emergencia declarado meses atrás por el presidente Carlos Alvarado. La situación debida a la covid-19 estaba controlada y “los casos de covid-19 van en disminución y no hay ocupación máxima en ningún hospital”, dijo.
En un segundo acto, casi de seguido, expresó: “Podemos dedicarnos a la pospandemia, reactivar la economía y normalizar nuestra patria”. De ese modo, en dos actos, en dos frases, la “pandemia” en nuestro país se acabó.
Poco más de un mes después, su homólogo estadounidense, Joe Biden, en una entrevista con el programa 60 minutos de la cadena CBS proclamó el fin de la “pandemia” de covid-19 en su país.
Más o menos, sus palabras fueron que ya nadie usa mascarillas, la gente está en buena forma, todavía su gobierno sigue trabajando mucho contra la covid-19, pero “la pandemia ha terminado”, aseveró. Claro está, para los EE. UU.
Aquí, me veo en la obligación de hacer una nota aclaratoria para ambos presidentes: únicamente la Organización Mundial de la Salud puede decir cuándo acaba una pandemia (epidemia global); un presidente o ministro de salud solamente puede decretar el fin de una epidemia (nacional). Estoy consciente de que ellos, los mandatarios, no tienen que saber estos detalles técnicos, pero alguien debería asesorarlos mejor; de la misma manera sé que esta aclaración dada por mí tampoco les quitará el sueño.
En ambos casos, las respuestas de los analistas y las personas relacionadas con la atención de los pacientes sospechosos de padecer covid-19 o de enfrentar el cuidado hospitalario de los enfermos que, incluso, ven fallecer, no se hicieron esperar. No están nada de acuerdo con tales posiciones.
En su momento, lo expresé cuando el presidente Chaves lo dijo para Costa Rica: no estoy de acuerdo con su percepción y menos con su aseveración. Muchos de mis colegas, personal experto en salud pública, responsables de los servicios de salud y encargados de la atención directa de los pacientes coinciden conmigo. Ahora, colegas estadounidenses reaccionaron de manera análoga.
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No hay que bajar la guardia
En ambos países se redujeron en forma significativa la cantidad de fallecimientos diarios y las hospitalizaciones, en especial, las que requieren unidades de cuidados intensivos. Sin embargo, las coberturas vacunales de terceras dosis, que son en realidad el esquema primario (básico) para prevenir los efectos graves de la enfermedad, no superan el 60%, y en los EE. UU hay amplias regiones donde no llegan al 50%.
Varias personas consideran que, dado que la inmunidad híbrida proporcionada por la combinación de la infección natural del SARS-CoV-2 más las dosis de vacuna muestran alguna ventaja, con dos dosis y una infección ya están protegidas. Incluso, no son pocas las que confían en que estuvieron expuestas al virus porque convivieron con personas con covid-19, aunque no tuvieron nunca una prueba positiva o síntomas sugestivos de la enfermedad.
El escenario actual parece el adecuado para pensar que el final de la pandemia de covid-19 está tocando a la puerta; así nos lo hizo saber el director de la Organización Mundial de la Salud, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, la semana pasada; no obstante, podría ser una sensación que nos impulse al descuido, la inacción y el desprecio por las medidas sanitarias que tanto nos costó adquirir, pero que tan buenos resultados nos dieron: el lavado de manos con agua y jabón, la desinfección de las manos con alcohol, el protocolo al toser o estornudar, el uso de la mascarilla en forma adecuada y, fundamental, la vacunación. Este tipo de errores se cometieron en el pasado, especialmente, en algunos países.
Nosotros no debemos caer en el error, pero parece que lo estamos haciendo. Cada día es menos frecuente ver el uso de mascarillas, los lavamanos en la entrada de los restaurantes o sodas cada vez más tienen menos jabón. En algunos, hasta desaparecieron.
A esto debemos sumar la inexplicable respuesta de no pocos costarricenses a las vacunas. No me refiero únicamente en lo que respecta a la vacuna contra la covid-19 que, a hoy, tiene enormes déficits en terceras dosis para personas mayores de 12 años, con apenas un 60% de cumplimiento (1,55 millones de personas) y un lamentable pírrico 8% de niños de 5 a 11 años con el esquema completo, o sea, 160 de 777.000.
Me refiero también a la reducción en las coberturas vacunales de gente de todas las edades, para todas las otras enfermedades inmunoprevenibles y que son parte del esquema ampliado del Ministerio de Salud, principalmente las que deben ser aplicadas a menores de edad. Hago énfasis en la palabra deben porque sí, en efecto, en estas personas son de carácter obligatorio, lo mismo que gratuitas y de cobertura nacional.
Seguir nadando
Al inicio algunos presidentes populistas negaron la existencia de la pandemia, y el resultado fue catastrófico. De ello son ejemplo los EE. UU, Brasil y México, con Trump, Bolsonaro y López Obrador, respectivamente.
Ahora, parece que llegó el turno a los que, ante el menor asomo de condiciones más o menos favorables, como la reducción en la virulencia de las nuevas variantes y subvariantes del SARS-CoV-2 y una merma en las hospitalizaciones y los fallecimientos hasta niveles definidos como “bajo control”, anuncian el final de la pandemia o el paso a la pospandemia.
Semejantes anuncios basados en que se percibe que la gente se siente bien y feliz, porque ya no hay observancia de las medidas preventivas, los casos registrados oficialmente tienden a descender, las hospitalizaciones y los fallecidos bajan y aumenta el movimiento económico, podrían ser una mala estrategia y llevarnos a la persistencia de la pandemia.
Pienso, siento y creo que es cierto, que es posible estar muy cerca de pasar al estado de pospandemia, que estemos muy cerca de lograr el control de la epidemia en nuestro país, pero no debemos descuidar lo que con tanto esfuerzo nos costó conseguir. Hacerlo equivaldría a dejar de nadar cuando se está cerca de la orilla porque el mar se ha tornado calmo, y olvidamos que aún estamos dentro del agua y la profundidad excede nuestra estatura.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.