
Una primera aproximación a tal etiqueta me servirá para valorar muy positivamente a un brillante ingeniero con ese apellido; después, apenas levantaré una esquinita con mucha interrogación sobre una persona que vende autos bajo el mismo nombre. Vamos por partes.
Pájaro raro, de apellido Tesla y de nombre Nikola: serbio de origen, nació en 1856, emigró a los Estados Unidos en 1884 para morir pobre en Nueva York, en 1943. Me dirán que para terminar con un infarto masivo cualquier parte vale, pero (además de evitarlo de diversos modos) lo fundamental es qué hacer antes, durante la vida.
Nikola Tesla trabajó y trabajó; patentó y patentó. Sin embargo, resulta entrañable en otros aspectos, entre estos, por su espíritu de búsqueda e inventiva. Con el permiso de un amigo francés que me prestó un estupendo libro, copio algunas frases del investigador, como esta: “Quise iluminar el planeta entero. Hay suficiente energía eléctrica para que lleguemos a constituir un segundo sol”.
Probablemente, por la madre que, sin saber leer, era revoltosa y chispa hasta decir basta, este, de genio y figura, salió “demasiado inquieto”, como dicen por aquí. No aguantaba las bancas de estudio, pasó por la universidad, pero no se preocupó por terminar carrera alguna. En el entorno pasa al revés: es más relevante sacar cuanto cartón con sellos y firmas haya para decorar toda una ostentosa pared.
En cambio, verdadero acicate para más de un estudiante por aquí, ahora a punto de comenzar un nuevo año escolar o académico, desde pequeño, Nikola era la encarnación de la constancia pura. Una cosa es la chispa; otra, la perseverancia: entre las virtudes nacionales, no la más grande.
Otra de las afirmaciones de Tesla no le debe haber gustado nada a Edison, su jefe y, al rato, su rival: “Si quiere encontrar los secretos del universo, piense en términos de energía, de frecuencia, de información y de vibración”. Los dos, nominados al Nobel, por desgracia quisquillosos y peleones permanentes, ¡zaz!, lo perdieron. La platilla, bastante le habría servido. Moraleja: aprendamos a convivir y construir, a combatir tanto la arrogancia como la ignorancia.
También me llama la atención el serbio por su búsqueda de espiritualidad. De hecho, entre ambas ramas del saber —la técnica y la trascendental— establecía correlaciones sorprendentes, lo cual le permitió acceder a extrañas posturas de conciencia.
En varias citas se observa el mismo paso, del cuerpo inmediato a lo trascendente. Ejemplo: “Tenemos dos ojos: para ver lo material y para ver lo espiritual. Nuestro cuerpo y su cerebro contienen una cantidad increíble de energía, mayormente electricidad, diferente en cada uno, lo cual le da a cada ‘yo’ su alma”.
Por sus escritos, resulta acicate para nosotros: “Todo el mundo debería considerar su cuerpo un don inestimable de parte del UNO que ama por encima de todo; es una maravilla artística, de una belleza indescriptible, así como de un misterio más allá de toda concepción humana”. Del cuerpo al espíritu y el “alma”. ¿Influencia todo eso de su padre sacerdote ortodoxo? Quién sabe.
El siguiente pensar es de 1899: “El cuerpo humano constituye una máquina perfecta. Conozco mis circuitos y lo que es bueno para ellos. El alimento que casi todo el mundo come, a mí me resulta peligroso y nocivo”. Vaya advertencia de ayer, pero válida aquí y ahora.
Charita, nos hemos quedado con lo exterior, la cáscara, el cuerpo nada más, como en la farmacia donde a grandes letras insisten en el pleonasmo de lo “cosmodérmico”, no para el cosmos, sino para los pedestres terrestres que somos. El alma ya no tiene enganche entre mercaderes de diversa ralea.
Por ello, terminaré sin desarrollar casi nada sobre el otro Tesla, el vehículo eléctrico promovido por un señor de mucho billete. Gran empresario, inventivo como pocos, perseverante, ¡cómo no!, lo prueban muchas de sus iniciativas y empresas, pero pareciera que le falta bastante en dimensión humanista. Aparte del dinero, también existen otros “valores”.
El autor es educador.
