El título de este artículo parece una solicitud de conexión virtual, pero va más allá. Es el pedido desesperado de una adolescente para no sentirse aislada y poder comunicarse con un ser humano que la escuche.
La situación es algo que, en silencio o no, adolescentes y jóvenes están viviendo y no encuentran respuestas ni en sus casas, ni en sus colegios, ni en sus comunidades, que deberían ser los espacios naturales para la convivencia afectiva y protectora.
Pensar en la protección y el desarrollo saludable de los niños y los adolescentes debería ser una de las prioridades del país. Desgraciadamente, no es así, y cada día vemos cómo se deterioran sus condiciones de vida. Ocurre en salud, en protección integral, en deporte, en recreación, en cultura y en educación. Circunstancias reconfirmadas por el IX Informe Estado de la Educación, recientemente publicado.
En el caso de los adolescentes, se ha insistido en que grandes deudas se acumulan y pareciera que esta población dejó de ser una de las preocupaciones estatales hace décadas.
No es casual el incremento en el consumo de drogas y alcohol, y la exposición a otras nuevas, tales como el fentanilo, tampoco los homicidios, la depresión y los intentos de suicidio.
Resultado del abandono
Datos del Ministerio de Salud del 2022 revelan que mientras el promedio de cuadros depresivos en la población nacional era de 96,6 por cada 100.000 habitantes, en quienes tenían entre 10 y 14 años fue de 110, y en los 15 a 19 años subía a 151,8.
Los intentos de suicidio en adolescentes de entre 10 y 14 años son 2,74 veces más comunes que en el resto de la población, y se agrava en el grupo con edades entre los 15 y 19 años, ya que las tentativas superan en 3,76 veces al promedio nacional.
En vista de este panorama, el IX Informe Estado de la Educación es una bofetada nacional y deja claro que lo que ocurre es causado por el abandono estatal en los últimos 35 años, exacerbado por la pandemia y el manejo que da el gobierno a la crisis.
A pesar de que la tasa de escolaridad subió de un 48,1 % en el 2018 al 62,7 % en el 2022, esta generación es la peor preparada en razón de los diversos rezagos educativos. Además, el 40 % de las personas de entre 4 y 18 años que asisten a la educación pública son pobres.
Solo 39 de cada 100 estudiantes que terminan la secundaria continúan la educación superior y únicamente el 30,3 % de quienes tienen entre 25 y 34 años se gradúan en una universidad. Se une a esto el que las mujeres obtienen 20,8 puntos menos que los hombres en las pruebas PISA de matemática. El resultado de lo anterior es el incremento de la desigualdad.
Exclusión constante
El informe se hace eco de las recomendaciones de la Unesco, entre las que sobresalen iniciativas exitosas para mejorar los aprendizajes y superar el rezago, y las pruebas estandarizadas diagnósticas. Sin embargo, el interés por ejecutar estas urgentes medidas no se vislumbra.
La explosiva combinación de exclusión escolar, desigualdad y violencia ya forma parte de nuestra cotidianidad y no va a detenerse si no hay un cambio de rumbo.
Lo irónico de lo que acontece es que, sin tomar en cuenta la incertidumbre y la falta de oportunidades que sufren los jóvenes, se repite el hipócrita estribillo politiquero según el cual los jóvenes son el presente y el futuro del país, y de ellos se espera la salvación de la patria. ¡Cuál futuro y cuál salvación si los jóvenes son los excluidos!
Las tareas para revertir este estado de situación sin duda son complejas y de gran envergadura; sin embargo, es necesario actuar ya. Nos alejamos de las soluciones si el gobierno de turno reacciona personalizando y subestimando resultados de un informe tan sólido como el Estado de la Educación 2023, desdibujando así las necesarias, urgentes y actualizadas políticas públicas dirigidas a adolescentes y jóvenes.
El llamado de la adolescente para conectarse y dejar de sentirse aislada es el grito de auxilio que escucho de adolescentes y jóvenes que están luchando por sobrevivir en un ambiente hostil y a los cuales la sociedad no escucha.
Cuando prestemos atención al muchacho o la muchacha en el sistema educativo, así como a los que fueron excluidos, a los que forman parte de una minoría o presentan una discapacidad, a los que están en el mercado laboral informal e incluso a los que con dos carreras universitarias no consiguen estabilidad laboral, estaremos haciendo el cambio cualitativo y empezaremos a actuar en consonancia con las necesidades más apremiantes de esta población.
Alberto Morales Bejarano es médico pediatra, fue fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños y su director durante 30 años. Siga a Alberto Morales en Facebook.
